Familias qhochalas se reencuentran hasta después de una década
Cambió sus dos frondosas trenzas por un solo mechón de pelo enrrollado en la parte posterior de su cabeza, un moño. Su cabellera ya no es negra como el ébano, ahora es casi pelirroja y no está cubierta por un sombrero. Reemplazó también su tableada pollera valluna por unas calzas ajustadas, su blusa de encaje por un suéter aterciopelado y sus zapatillas por unos botines de tacón. Pero su porte, ese que caracteriza a la mujer del Valle Bajo es inconfundible. Con ese look arribó a Cochabamba Florinda Salvatierra, que se marchó a Bilbao (España) y retornó el jueves (20 de diciembre), luego de ocho años, para pasar las fiestas de fin de año con sus dos hijos, Noemy y Jonás.
Cuando Florinda se fue del departamento, Jonás tenía seis años y cursaba la primaria; Noemy, de cuatro años de edad, aún estaba en el jardín.
Esos dos niños de cuerpecitos frágiles, ese entonces, no entendían a cabalidad por qué mamá se marchó de su lado, cuánto tardaría en volver, qué estaba haciendo o por qué no podían, al menos, ir a visitarla. Pero, ahora, todo cambió, ocho años bastaron para que entiendan que su mamá era una entre miles de migrantes que salió del país en busca de mejores condiciones de vida, pero no para ella, sino para ellos, su familia. Desgastó su vida “en la limpieza” de hogares españoles.
A pesar de que su ausencia fue prolongada, los sentimientos de Jonás y Noemy hacia su madre no cambiaron, al contrario, ambos coincidieron en que la distancia hizo que la amaran cada día más. Lo que sí se alteró fue la contextura física de los dos. Ahora, ellos ya no son ese par de pequeñitos que se enredaban en el cuello de mamá; Jonás es “una cabeza más grande que ella” y Noemy está a punto de sobrepasarla.
A su llegada a Cochabamba, Florinda no volvió a sentir esos bracitos que le rodearon el cuerpo cuando la despidieron, hace casi una década, pero se sintió más protegida, porque sus pequeñitos ahora ya casi son un hombrecito y una mujer.
Para recibir a su mamá, Jonás y Noemy, además de otros seis miembros de su familia, se levantaron pasadas las dos de la madrugada y se pusieron sus mejores atuendos, pues no todos los días, menos en Navidad, se tiene una visita tan especial.
Una vez listos, recorrieron cerca de 20 kilómetros desde el municipio en el que viven, Quillacollo, hasta el aeropuerto, a bordo de un trufi de servicio público que es de la familia. Le quitaron el letrero y también lo retocaron, pues sería el transporte oficial de su mamá.
Florinda arribaría a la terminal aérea de Cochabamba a las cuatro de la mañana, en una aeronave de Boliviana de Aviación (BoA), pero, por si el vuelo se anticipaba, la familia Arroyo Salvatierra decidió estar ahí a las 3:00 horas. Esperaron una hora para el arribo de la nave y otras dos horas hasta que Florinda desembarque.
Fueron las tres horas más largas de su vida, confesaron, pues estaban entremezcladas con ansiedad, nervios y otros sentimientos efusivos, menos sueño.
Su familia era una entre decenas que ese día aguardaban a migrantes en el aeropuerto.
Muy cerca de los Arroyo Salvatierra estaba Karen Cárdenas, de 21 años, que esperaba a su papá que migró a Madrid (España) hace seis años.
Junto a ella estaban dos niños, sus primitos, y la mamá de su papá. De tanta ansiedad, los pequeños no dejaban de hablar, uno de ellos, de poco más de cinco años decía, “llega y le daré un abrazo rompe costillas, ¡Así! (abrazó a Karen)”. Ella aguantó el apretón que, en realidad, por la estatura del niño, no fue en las costillas, sino en el abdomen. “No creo que alcances a sus costillas”, le respondió, soltando una carcajada.
Como la espera fue larga -pese a que arribaron a las 4;00 horas, algunos compatriotas salieron del aeropuerto con el sol-, los familiares aprovechaban para planear todo lo que harían mientras dure la estadía.
“Le tengo preparado un desayuno en mi casa”. Eso fue lo que dijo Miriam Calani, la madre de Raúl Loayza, un hombre de 37 años que llegó desde España junto a sus dos hijos y su esposa para pasar Navidad con su familia.
Otros decían que esperarían a que los viajeros descansen y luego los llevarían a comer platillos tradicionales de Cochabamba.
Una mamá de una joven que se fue soltera a Madrid y llegó al departamento con una familia conformada por su esposo y dos hijos contó que, antes de llegar, su hija le hizo un pedido especial: que por favor le espere con un caldo de patitas. “Toda la noche hemos hecho cocer y cuando llegue a la casa comerá calientito”.
Cada familia tenía sus planes, casi similares, y, mientras hablaban sobre ellos, no retiraban la vista de la puerta de salida, por donde salían los compatriotas haciendo malabares con sus más de cinco o seis maletas apiladas.
Los funcionarios del Servicios de Aeropuertos de Bolivia (SABSA) decían que estos (los vuelos internacionales) son los más atiborrados de maletas. Los carros de carga no dejaban de entrar y salir, debido a que cada migrante llegó al menos con cuatro maletas. “Se traen todo y más en Navidad”.
Pocos de esos emotivos reencuentros del 20 de diciembre tendrán un final feliz, pues, la mayoría de los migrantes no tiene pensado quedarse.
2012
Es la gestión en la que Boliviana de Aviación (BoA) inauguró sus vuelos internacionales a España.
Remesas
Las remesas aumentaron en un 3.1 por ciento el primer bimestre de 2017, de acuerdo con el Banco Central de Bolivia.