“Me quitaron a mi bebé de un mes y hoy mi fuerza está en mis hijos”
Lidia (el nombre fue cambiado) reaccionó cuando su esposo tomó a su bebé de un mes de los pies y quiso aventarlo por la ventana.
-¡¡No, a mi hijo no!!, clamó desesperada. Se puso de rodillas para evitar que Marco (nombre cambiado) cumpla la amenaza.
-”¡¡Haz lo que quieras conmigo, pero no toques a mi hijo!!”.
Lidia fue sometida a cumplir la voluntad de Marco que, sin considerar su estado de salud delicado después de la cesárea, la forzó a tener relaciones sexuales. Estaba intoxicado de drogas y alcohol. Le golpeó en el ojo izquierdo, le dio golpes en la cadera, las piernas y en lugares no visibles. Con más de cuatro años de convivencia con Marco, Lidia ya sabía que las bofetadas iban con la mano abierta, “para no dejar marca”. Y esa noche, ella decidió que tenía que hacer todo lo posible por salvar a su bebé y que no iba a soportar más violencia.
SEGUNDO HIJO Cuando se embarazó de su segundo bebé, Lidia pensó que "era una bendición". Pero a los pocos días volvió el infierno del maltrato, agravado por la desconfianza de Marco de que el bebé no sea su hijo. Acusaba a Lidia, sin fundamento, de haber tenido otra pareja. "Te fuiste a La Paz por tus otros machos, por tus gallos..." le decía con crueldad. Lidia, efectivamente, se fue a La Paz después de que nació su primer bebé porque Marco no soportaba el llanto. Ella no sabía qué hacer, se sentía impotente y sufría depresión postparto. La familia de Marco le condicionó que, si se iba a La Paz, debía dejar a su bebé a cargo de la abuela paterna. Le obligaron a suscribir un documento con abogado. Lidia se fue un tiempo a La Paz, pero extrañaba a su bebé, le dolían los pechos cargados de leche y llamó a Marco para volver.
FRACTURA
Desde que llegó de La Paz quedó secuestrada. Solamente Marco y su madre tenían las llaves del departamento. Lidia seguía siendo maltratada de todas las formas posibles. Una noche, Marco le rompió la frente al golpearla contra la pared. La llevó a la Clínica del Accidentado. Con tanta humillación, Lidia se sentía como una basura, sin ningún valor, como simple objeto sexual.
"No tienes a nadie, tu padre ha fallecido, yo soy tu todo. No tienes a nadie más que a mí”, le repetía.
INVENCIBLE
Marco trabajaba como estríper, en fiestas sociales para mujeres. Se jactaba de ser “invencible”, de ser “el dulce de las mujeres y chancaca de los maricas”.
Humillaba a Lidia diciéndole “tengo mujeres aviones, para mí tú no eres nada. Eres flacuchenta, pero te quiero porque eres diferente. A las otras mujeres las utilizo por su plata”, decía Marco.
Una vez que nació el segundo hijo, Marco no quería ni ver al bebé, menos soportar el mínimo llanto. En cuanto lo escuchaba le decía a Lidia: "¡¡haz callar a ese tu puto crío!!".
Cada vez que Marco llegaba a la casa era para agredir a Lidia verbal, piscológica y sexualmente.
Una noche, Marco llegó drogado y abusó de Lidia de forma salvaje. Cuando él estaba adormilado, Lidia buscó las llaves en la ropa de su esposo, para poder huir, pero éstas sonaron y se le cayeron.
Marco despertó y Lidia entró en pánico, por el temor de que la golpearía con más saña. Entonces, tomó lo que estaba más cerca: un martillo y le dio un golpe en la cabeza.
Ese impacto fue certero y Marco cayó, agonizó y murió segundos después. Sin embargo, Lidia percibió que Marco se movía y temió que arremeta contra ella y su bebé con mayor ira. Corrió a la cocina, tomó un cuchillo de mesa y le asestó varias puñaladas. No supo cuántas. Estaba en estado de shock.
TRAS EL HIJO
Por la mañana, Lidia tomó a su bebé y fue a la casa de su suegra. Solo quería ver a su hijo mayor, de casi dos años. La madre de Marco se sorprendió de verla sola, porque siempre salía con el esposo. El hijo mayor de la pareja estaba con la suegra porque Lidia estaba con el segundo bebé y su esposo no ayudaba en nada.
La pareja había quedado en visitar al hijo mayor una vez a la semana, pero Marco dejaba pasar el tiempo y muy raras veces iban donde el pequeño. “Vi a mi niño y la señora me dijo que vuelva, que Marco estaría preocupado y llamó un taxi para despacharme de vuelta “, contó Lidia.
La madre de Marco le preguntó porqué iba mostrando su ojo morete, que debía usar gafas. Ella sabía de la drogodependencia de su hijo y del maltrato que le daba. Cuando alguna vez se tocó el tema, la madre de Marco le dijo a Lidia: “sabías cómo era él y tu lo elegiste”. En cambio, la hermana de Marco le había comentado en cuanto la conoció: "mi hermano no te merece, sepárate".
La madre de Marco dijo en el juicio oral que sospechó que algo raro pasaba, porque Lidia llegó sola y al abrazar a su hijo mayor se puso a llorar.
EN LA CALLE
Cuando el conductor del taxi preguntó la dirección, Lidia quedó en blanco. No quería volver a su vivienda, no tenía ningún familiar ni amiga y solo se le ocurrió uno de los pocos lugares que conocía, pese a haber vivido dos años en Cochabamba: el cine Center. Allí permaneció durante horas con su bebé en brazos. Unas jóvenes se acercaron al verla allí durante horas.
La invitaron a la casa de una de ellas y pasó una noche. Para el día siguiente, debía ir a otra casa. Tomó un taxi, pero no podía dar con esa dirección. De pronto, se acercó un hombre corriendo y luego otro y ambos se sentaron a los costados de Lidia para decirle que eran policías, que debía ir con ellos. Uno de los agentes la miró con desprecio y le dijo “ya lo sabemos todo” y ambos le obligaron a abordar un carro policial. El conductor comentó: “estás nerviosa, cuenta lo que ha pasado. Es mejor que colabores“.
DETENIDA
Los policías condujeron a Lidia hasta dependencias de la Fuerza Especial de Lucha Contra el Crimen (FELCC) y la dejaron dentro el vehículo alrededor de una hora. Otros policías abordaron el vehículo y uno de ellos le increpó. “¡¡Lo has dejado hecho una coladera!! Gritó tanto que despertó al bebé.
“Has actuado así por celos. ¿Quién más estaba?”, le interrogó el otro policía.
“Nadie”, respondió Lidia.
“¡Confiesa!“ la intimidó. Lidia no pudo contener las lágrimas al recordar ese episodio, a pesar de haber ocurrido hace más de tres años. Su voz se tornó temblorosa e hizo una pausa.
Relató que fue conducida a las oficinas de la FELCC y se le aproximó una señora de cabello corto con lentes. Después supo que era la fiscal. El estado de shock de Lidia era evidente. La fiscal le abrazó y lloró con ella, inspirándole confianza.
Nadie le dijo a Lidia que podía acogerse al silencio y ella confesó que mató a su marido. Le indicaron que atrás estaba “el doctor“ y ella pensó que era un médico que la ayudaría. En realidad, era el abogado defensor que le asignaron, pero él ni le dirigió la palabra.
EL BEBÉ
Luego llegó una mujer para llevarse a su bebé. Lidia rechazó la oferta de internarlo en un albergue. “No, no pueden llevarse a mi bebé. Nadie más que yo conoce lo que él necesita. Yo no quiero separarme de él”, dijo. La mujer respondió que sabía atender bebés, que tenía decenas de "hijos".
En la FELCC le ordenaron que no le dé de lactar, mientras el bebé dormía tranquilo en los brazos de Lidia. Luego llegó la suegra y convencieron a Lidia que quien mejor cuidaría del bebé sería su hermanito mayor, que solo sería esa noche, porque la celda de la FELCC era inhóspita e insalubre.
Lidia lloró porque quería quedarse con su bebé, pero la calmaron, al tiempo que prácticamente le arrancaron a la criatura. No tuvo más remedio que quedarse en la oscura celda contigua al baño que apestaba a pis y caca. “Yo estaba arrinconada en la celda, de cuclillas, temblando y un policía me prestó una frazada”, recordó. Por la mañana le sacaron de la celda para tomarle fotos y huellas. El funcionario encargado pareció conmoverse con la tragedia de Lidia y pidió a sus colegas "un poco de humanidad".
“¿Y mi bebé?”, no cesaba de preguntar Lidia.
- “Después”, era la respuesta.
AUDIENCIA
Lidia fue conducida al Tribunal de Justicia y ella quería decirle al juez cautelar lo que pasaba, que le quitaron a su bebé, pero le hicieron callar.
La fiscal que lloró con Lidia le envió a la cárcel con detención preventiva.
Antes de ir al penal, ordenaron la reconstrucción de los hechos. “No. Yo no quiero volver allí”, clamó Lidia. “No te preocupes, verás desde la puerta”, le adelantó la fiscal. La joven madre fue vestida con delantal, gorro y barbijo blancos y, efectivamente, solo desde la puerta volvió a relatar lo que pasó.
AL PENAL
Después la condujeron a la cárcel de San Sebastián, con lo que estaba. “Ni un calzón para cambiarme. Aquí me regalaron ropa y comida”, relató años después. Cuando Lidia contó a las internas que le arrancaron a su bebé, ellas le regañaron. “¿Cómo dejaste que te lo quitaran? si aquí vienen con bebés recién nacidos”.
Los dos primeros meses, Lidia los pasó deprimida, sentada en las gradas del penal. Apenas probaba bocado si otras internas le obsequiaban algo. Después, ella pidió atención psicológica para sobreponerse. También le ayudó mucho tener una amiga interna con la que congeniaron de inmediato, pues podían hablar en inglés.
Ahora, en la cárcel, Lidia se mueve con agilidad sorteando mesas y sillas en el estrecho patio y recibe un raspadillo de obsequio de otra de las reclusas. Cuenta que le falta tiempo porque tiene que planchar. Además, le quedan pocos meses para iniciar una nueva vida.
Delgada, alta, de tez blanca. Lidia lleva el cabello castaño claro recogido en media cola. Tiene las manos delgadas y las uñas cortadas al ras.
Aseguró que su fuerza está en sus dos hijos. Extraña a su bebé, pues solo recibe con regularidad la visita del mayor. Lograr verlos fue otra batalla, pero triunfó. Tuvo que superar las visitas supervisadas por dos funcionarias de la Defensoría de la Niñez que miraban y anotaban todo, hasta que ella se ganó la confianza y pudo retomar la relación con su hijito mayor, que ya cumplió tres años.
Lidia aprendió a sobrellevar la difícil vida en la cárcel e ignorar a algunas reclusas que cuando pasan por su lado sueltan “asesina”. Otras la identificaron con sorna: “la niña bonita”, “la modelo” y le auguraron una condena de 30 años.
Pero, cuando Lidia llegó al penal, una reclusa le saludó diciendo: "Me saco el sombrero por ti. Lo has hecho bien".
Lidia está consciente de que ella pudo estar en las estadísticas de "otro feminicidio más”. O, igual en la cárcel, como cómplice de infanticidio, si no impedía que Marco dañe a su bebé.