LA COSMOVISIÓN ANDINA HACE ÉNFASIS EN LA RELACIÓN DE RECIPROCIDAD QUE EXISTE ENTRE VIVOS Y MUERTOS. ACTUALMENTE, SE PREPARAN MESAS EN HONOR A LAS PERSONAS QUE DEJARON ESTE MUNDO.
Los ancestros exhumaban a sus muertos para pedir lluvia
En las épocas ancestrales, “nuestros abuelos” solían desenterrar a sus muertos más importantes y les hacían pasear en andas por las plazas, con el fin de que estos sean intermediarios con el Janaj Pacha (el más allá) para que llueva y puedan germinar las semillas que se sembraban.
En la actualidad, esta costumbre sigue vigente, pero con el armado de mesas para los difuntos, explica la investigadora social Melvy Mojica, y agrega que de esa manera se recibe a las almas de las personas que partieron al más allá.
“Se trata de entrar en reciprocidad con las almas para que puedan interceder por nosotros”.
Es una celebración que se desarrolla en el Aya Markay Quilla, mes de noviembre dedicado a los muertos, porque es un periodo de transición de la época seca a la húmeda.
Mojica, quien es parte del Centro de Encuentros Interculturales Andino, Amazónico, Chaqueño, señala que en las sociedades agrícolas las almas interceden en el más allá para que podamos tener lluvia.
Esta celebración se realizaba ya cuando llegaron los españoles a esta parte del continente, en 1500, en las poblaciones incaicas y aimaras.
MAST’AKU
Esta costumbre de los pueblos ancestrales se conoce ahora como mast’aku (tendido de mesa) para los difuntos.
El mast’aku se armaba antes sobre la tumba de los fallecidos. Los familiares colocaban las comidas y bebidas que en vida le gustaban a su ser querido.
En esa época, los tendidos eran austeros. No podía faltar la hoja de coca, una lawa y el mote. Y cuando las autoridades empezaron a prohibir que los mast’akus se armen en el cementerio, por razones de salud pública, este ritual fue trasladado a las viviendas.
La costumbre del mast’aku se mantiene en la actualidad, pese al paso de varios siglos, “pero se va enriqueciendo con otros elementos a través del sincretismo que nos ha dejado la Colonia, especialmente cuando se trata de las almas nuevas”.
Con el paso de los años se fue agregando a la mesa crucifijos y ángeles, pero se mantienen elementos de la cosmovisión andina que deben estar presentes en el mast’aku como la t’anta wawa que representa el cuerpo del difunto. En la mesa hay otros elementos que representan a las deidades, el Sol, la Luna y las estrellas.
Los abuelos interpretaban que las almas tenían que hacer un largo viaje para llegar al Janaj Pacha, por lo que debían tener la protección de las deidades como el Sol y la Luna.
Hay otros elementos como las lagartijas y los sapos que representan a las deidades del Uku Pacha (abajo).
Mojica señala que en los últimos años se han introducido elementos nuevos como la cerveza y otras bebidas que antes no se preparaban.
Otro elemento que se agregó a la mesa es la escalera para que las almas de los difuntos puedan bajar del más allá al espacio terrenal.
En los mast’akus se puede observar también la presencia de aviones o helicópteros, que son medios para que las personas puedan venir más rápido al mundo de los vivos.
Mojica recuerda que antes la familia se reunía en un día señalado para elaborar las masitas que se iban a poner en la mesa, pero ahora hay empresas que comercializan estos productos.
UNIR A LA FAMILIA
Mojica señala que algunos estudiosos afirman que con estas innovaciones se estaría tergiversando los mast’akus, pero en su criterio el objetivo de esta costumbre, más allá de la presencia de nuevos elementos, es unir a la familia consanguínea y extendida, porque hay una participación incluso de compadres y vecinos que se hacen presentes para acompañar a los dolientes.
La investigadora recuerda las recomendaciones que hacía su esposo, Wilfredo Camacho, quien trabajaba con denuedo para revalorizar y fortalecer esta costumbre, el mast’aku, que tenía la esencia de unir a la familia y recuperar los valores como el amor, el respeto, la solidaridad, la reciprocidad y el agradecimiento.
Camacho fue un gestor cultural que falleció el 15 de septiembre tras padecer una enfermedad.
TRES AÑOS
La investigadora señala que actualmente para un alma nueva (a partir de los seis meses del fallecimiento), los familiares suelen preparar un mast’aku bastante grande, en función a sus posibilidades económicas. Se coloca todo lo que al muerto de este tiempo le gustaba en vida.
El primer año se hace una mesa grande porque el difunto está todavía con el deseo de comunicarse con el espacio terrenal, por lo tanto hay que retribuirle de la mejor manera.
El segundo año se arma una mesa más pequeña porque el alma está, según nuestros abuelos, un poco más trascendida, y no tienen ya tanta necesidad de encontrarse con las cosas de este mundo.
El tercer y último año la mesa es más austera y se despide al alma porque está en el más allá.
Día de los Difuntos y de Todos Santos
La investigadora social Melvy Mojica explica que en la actualidad coinciden dos celebraciones en los primeros días del mes de noviembre, el Día de los Difuntos y el de Todos Santos.
Las comunidades con herencia ancestral andina, por ejemplo, dedican a sus difuntos un día, mientras que con la visión católica se celebra Todos Santos, para aquellos que no están en los altares, a todas las personas que están en el camino de la santidad.
“Porque siempre hay esa plena confianza de que las almas son nuestras compañeras y consejeras”.
Por eso nuestros abuelos nos recuerdan que el alma no muere, sino que en la ausencia material del cuerpo de una persona sobrevive la relación espiritual, porque vamos a querer que nos sigan acompañando por la eternidad, afirma.
Por este motivo, siempre se trata de retribuir a las almas, porque mientras mejor se las recibe, ellas son también capaces de retribuirnos con más posibilidad de lluvia y producción agrícola y protegiendo a las personas que esperan en la tierra.
Hay elementos nuevos, pero se mantiene la esencia
José Antonio Rocha
Antropólogo y docente
Toda manifestación cultural está en permanente transformación, debido a los contactos que las poblaciones tienen con otras. Sin embargo, habría que matizar esta afirmación. Sostengo que es cierto que hay elementos nuevos que se van apropiando de otros pueblos, pero eso es más bien en el ámbito material y no tanto en el de la creencia, de la simbología.
Se debe tomar en cuenta que hay una estructura que permanece a lo largo de muchos años, por ejemplo las muestras de solidaridad, ayuda mutua, de complementariedad y expresiones como la relación que tiene el hombre con lo sagrado y los difuntos.
Las mesas en el campo y la ciudad tienen una estructura básica que consiste en ofrecer a los difuntos un espacio en el que confluyen representaciones de lo sagrado, cruces, ángeles, estrellas, muestra de panecillos, las t’anta wawas, los urpus y las comidas. Ese ordenamiento no ha variado mucho porque es parte precisamente del mast’aku, del armado de la mesa, pero sí podríamos tener elementos nuevos como las bebidas que antes no se conocían como el vino o el whisky.
En el ámbito simbólico sigue vigente el armado de la mesa, precautelando los tres niveles, aunque no estén muy visibles.
En la mesa hay elementos del Janaj Pacha, el mundo de arriba, el Kay Pacha, el mundo de aquí, y el Uku Pacha, de abajo.
En el Uku Pacha están las víboras y sapos, en el Kay Pacha los elementos como las llamas y los pajaritos. Y en el Janaj Pacha las estrellas, el Sol y la Luna.
Los cambios no son necesariamente buenos o malos, sino que podemos decir que la cultura está en permanente transformación, siempre y cuando no se distorsione la estructura básica de una representación, que es ofrecerle lo que más le gustaba al difunto. Por ejemplo, la bebida. Si antes era chicha, ahora es vino o cerveza.
Y seguramente habrán más cambios el día de mañana con otros elementos nuevos.