“Mataron a mi niña y la arrojaron en una bolsa en mi puerta”
Dos familias en Cochabamba cargan hasta el día de hoy el dolor que les provoca los recuerdos de sendos secuestros. En el primer caso, una familia que se dedicaba al narcotráfico sufrió el plagio y asesinato de su hija de tres años, a quien tuvieron que enterrar en el más completo anonimato. En el segundo caso, un adolescente de 17 años fue torturado. Pagaron un rescate de 20 mil dólares.
Estela tenía 28 años y tres hijos varones, por lo que la llegada de una mujercita iluminó nuevamente su hogar. “Después del tercer hijo ya no pensaba tener más, pero con mi esposo soñábamos con una niña”, recuerda.
Un último intento, encargado siempre a Dios, bendijo a la familia con el nacimiento de una niña, la cual había sido largamente esperada.
Cuando apenas había cumplido tres años, la pequeña fue arrebatada de los brazos de su madre, en la calle, cerca de una tienda del barrio.
“Eran tres tipos, ni siquiera estaban encapuchados. Uno vino directo a empujarme al suelo y el otro me arrebató a mi pequeña”, rememora la mujer en medio de lágrimas.
Tras llegar a su casa, la cuñada de Estela le pidió que se mantuviera calmada, porque además su esposo estaba también desaparecido. En ese momento, la sospecha de un ajuste de cuentas les cayó como un balde de agua fría. Ambas familias, la de Estela y su hermano, habían migrado unos años antes de una comunidad campesina del municipio de Morochata.
Estela no quiso precisar cuál era el negocio que tenía su familia, pero señaló que los jefes habían perdido una importante cantidad de mercadería y sospechaban que su esposo les había delatado.
“Nos dimos cuenta de que eran ellos porque nos pidieron el mismo monto que se había perdido. Obviamente no teníamos el dinero y nos dieron un plazo de 24 horas. Les pedimos una semana y que nos devuelvan a mi hija. No nos dijeron nada”, explica.
Transcurridos tres días abandonaron al hermano de Estela en el lecho de un río en el límite entre Vinto y Quillacollo. “Lo botaron inconsciente y la gente pensó que estaba mareadito. Unos vecinos le dieron para su pasaje y llegó todo torturado”, relata.
Un desesperado correteo por conseguir el dinero para el rescate los llevó a endeudarse e incluso preparar los papeles de la casa para entregárselos. Al término de la semana, en horas de la madrugada, la empleada que había ido a botar la basura encontró un saco en la puerta de la casa.
“Me la vinieron a botar a la puerta. Estaba muerta, dentro de un saquillo (bolsa de yute), como si fuera cualquier bulto”, afirma sin poder contener nuevamente las lágrimas.
A los padres de la niña no les quedó más alternativa que callar su desesperada agonía y enterrar en silencio el cuerpo de su hija. “Le pedimos a la empleada que no diga nada a nadie, y por la noche fuimos a enterrar a nuestra hija, la llevamos al campo, de donde nosotros somos”, apunta.
Estela explica que nada de lo que hubieran hecho les devolvería a su hija y, por lo tanto, la denuncia ante la Policía no era una opción. “Solo era exponer a mis otros hijos”, agrega.
La muerte de “muñeca”, como llamaban de cariño a su hija, transcurrió sin misas ni funerales. No existe un acta de defunción y tampoco denuncia alguna contra sus asesinos.
“Así nomás había sido con la blanca. Era mi uniquita (hija), la más queridita. Solo me queda esperar una nietita”, dice Estela resignada ante el dolor y la impotencia.
PAGARON 20 MIL DÓLARES
Una situación similar vivió una familia de Cochabamba. Actualmente, más de la mitad de sus integrantes se encuentra en Estados Unidos.
Hace al menos dos décadas, el hijo de 17 años había salido del hogar rumbo al colegio y no retornó.
Tras una inútil búsqueda entre amigos, maestros y vecinos, la familia se vio obligada a denunciar el hecho ante la Policía. A las pocas horas, un grupo de secuestradores se puso en contacto pidiendo un rescate de 20 mil dólares.
“Al parecer los secuestradores estudiaron muy bien a la familia, conocían todos sus pasos, sabían a que hora salían, cuántos eran, dónde iban, sabían todo”, relató un amigo de la familia. A los padres de la víctima no les quedó otra alternativa que conseguir el dinero y cumplir las órdenes de los secuestradores.
Luego de recuperarlo, completamente golpeado y asustado, la familia retiró la denuncia argumentando que el adolescente se había ido de juerga con sus amigos.
Luego de cobrar el rescate, los secuestradores, que habían llevado a la víctima a un vecindario periférico en la ciudad de La Paz, lo abandonaron a su suerte. El joven pidió ayuda en la terminal de buses para poder retornar a su hogar.
Familiares que vieron por última vez a este joven, antes de su partida a Estados Unidos, recuerdan que estaba siempre ansioso, tenía pesadillas y se asustaba cada vez que sentía un taxi acercarse lentamente.
DATOS PARA TOMAR EN CUENTA
7 Días.
En una semana, la familia de Estela perdió la ilusión de su vida, su hija mujer, que tenía tan solo tres años cuando la secuestraron y asesinaron.
Impotencia.
La posibilidad de denunciar a los secuestradores no era una opción. Estela pensó que solo arriesgaría a sus otros hijos.
Silencio.
“No pudieron denunciarlos. Al parecer los secuestradores los estudiaron muy bien”.