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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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ANÁLISIS

Los de arriba y los de abajo

Los de arriba y los de abajo





Si bien en algún momento se creyó que los términos “derechas” e “izquierdas” serían herramientas lingüísticas útiles para orientar a la opinión ciudadana en el logro de una rápida y lúcida comprensión del contenido y metas de toda posición ideológica, el uso arbitrario de dichos términos ha contribuido a agravar el desorden conceptual, que desde la caída del Muro de Berlín ya había ocasionado una magistral confusión.

Pues ocurrió que en los estados democráticos, la izquierda tradicional cuando reconocida como alternativa electoral por las instituciones del establishement, moderó su discurso, y su accionar para presentarse respetable, particularmente entre los sectores medios y altos del electorado. Por su lado, la derecha conservadora, despojándose de prejuicios anteriores, adoptó posturas populistas, para acceder a votos de los segmentos sociales populares, que espontáneamente tienden a simpatizar con el discurso izquierdista.

El resultado de los desvelos electorales de ambas tendencias, demuestra que ambas corrientes han entremezclado y confundido sus discursos, desvirtuando la naturaleza intrínseca de los conceptos de izquierdas y derechas.

Pero en el comienzo no fue así. En la forma primaria de interpretación del espacio político, la concepción secular de la dicotomía izquierda o derecha explicitaba claramente lo que el ciudadano de la calle entiende cuando observa hechos implícitos que coinciden con sus propias creencias. Por ejemplo, el simpatizante de la derecha, al observar los excesos de un régimen bolchevique dirá: “el comunismo es terror” mientras que el simpatizante de la izquierda dirá: “el neoliberalismo es explotación”.

Por otro lado, la historia política demuestra que los programas de derecha e izquierda evolucionan de manera mutante y, a veces, errática. Quizás el caso más elocuente sea la actual adhesión a la economía de mercado que ostentan algunos regímenes comunistas reciclados, como son los herederos de los bolcheviques que en su día impusieron el brutal sistema del centralismo democrático y fueron autores de las hambrunas resultantes de los planes quinquenales del capitalismo de Estado que aplicaron en la exUnión Soviética.

Cuando la acepción de los términos derecha e izquierda es trasladada a otros ámbitos, pierden su valor absoluto y se convierten en nociones relativas al punto de vista del observador, como ocurre cuando están referidas a la anatomía humana con relación a la orientación del cuerpo. En esa calidad, son términos precisos, puesto que el punto de referencia, el cuerpo humano, permanece en una posición determinada. Cuando afirmamos que alguien es diestro o zurdo no hay duda alguna acerca del significado.

Esta es la clásica confusión del turista que pregunta por una dirección, y su interlocutor mirándolo en la cara en posición opuesta, califica como derecha lo que para el paseante es su izquierda. Por esta razón, la geografía sensatamente desecha una terminología tan confusa, y la sustituye con la fórmula precisa de los puntos cardinales.

Cuando los líderes políticos de las oligarquías tradicionales pierden el poder político en manos de activistas de causas “revolucionarias” o sindicalistas de la vieja y recalcitrante izquierda acceden a posiciones de gobierno, los unos y los otros tienden a adoptar los vicios y defectos de sus opuestos.

Para confundir aún más la terminología de izquierdas y derechas, con el advenimiento y masificación del sistema democrático, aumentó exponencialmente el número de personas que participan en la elección de sus gobernantes, y a través de ellos, en la determinación del futuro de sus pueblos; en consecuencia, la participación masiva de los electores cubre una gama casi infinita de posturas políticas que rebasan los límites de las definiciones convencionales de izquierda y derecha.

Un ejemplo de la evolución electoral de las tendencias de izquierda hacia la derecha fue lo ocurrido con la Internacional Socialista en Europa. Sin salir de los límites de un país como Gran Bretaña, la izquierda laborista, conducida por el primer ministro Clement Attlee presentó un programa de gobierno estatista, que apenas sería reconocible por el gobierno izquierdista del “privatista” Anthony (Tony) Blair, cuyo modelo de socialismo hubiera sido considerado derechista por Attlee solo medio siglo antes.

El peronismo, en Argentina, fue estatista cuando Juan Perón lo guiaba (cuya administración de gobierno fue calificada de derechista por sus simpatías con la Italia fascista y la Alemania de Hitler). El peronismo, bajo el populista Carlos Menem, alcanzó la cumbre de las políticas neoliberales, furiosamente resistidas por la izquierda argentina. Poco tiempo después, bajo la conducción de los esposos Kirchner, el peronismo en la Argentina surgió como aliado de Lula da Silva, Fidel Castro y Hugo Chávez, líderes paradigmáticos de la izquierda latinoamericana.

En la Cumbre de la Internacional Socialista realizada en Buenos Aires en junio de 1999, varios líderes socialdemócratas de Gran Bretaña, Alemania y Francia presentaron una "tercera vía" para "... apoyar la economía de mercado, no una sociedad de mercado", es decir, una disociación de economía y sociedad, postura que fue considerada un herejía en otros reductos de la Socialdemocracia.

Los mencionados ejemplos demuestran que los cambios de programas políticos no conocen fronteras partidarias, ideológicas o geográficas.

Queda claro que derechas e izquierdas carecen de contenido en escala universal, y son tan relativas como ciertas partículas en la física cuántica.

Conclusión. Para el menos sagaz de los analistas políticos, salta a la vista que los términos izquierda y derecha, en el mejor de los casos, no significan nada sustancial, se prestan para la diatriba entre adversarios y su mal uso confunde y engaña a amplios sectores de la humanidad.

Por esto es que las posiciones políticas en la realidad son fundamentalmente dos: Los que están “arriba” y los que están “abajo”.

Los que gobiernan y los que quieren gobernar.

De por medio se encuentran la gran mayoría de la humanidad que debe disfrutar, o sufrir, las consecuencias de las decisiones de los conductores que están “arriba”, y de los que están “abajo” que en la ineludible ecuación de tiempo, alternarán posiciones periódica e inevitablemente.