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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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SERENDIPIA

La oportunidad de la muerte

La oportunidad de la muerte
La primera muerte que sentí muy cerca fue la de mi abuelita, una de las tres mamás que me regaló la vida. Tenía menos de 20 abriles encima y la noche previa a su entierro me quedé  contemplando, sintiendo y pensando frente a su ataúd en el salón principal de nuestra casa.  
Después, las vivencias y los sentimientos fueron cambiando. En redes sociales, en el grupo de mi promoción de colegio, la semana pasada, dos compañeros sufrieron la muerte de uno de sus padres. El domingo, un caballero –con todo el valor que supone esa denominación- que ya se acerca al centenar de años, al cual admiro y quiero mucho; le pedía insistentemente a su hijo que le leyera los necrológicos. Ya antes me había contado que de su promoción, ya solo quedaba él. Ese pasaje resultaba desgarrador y tremendamente profundo.
Justo cuando escribía precisamente estas letras, me daba cuenta de que hoy es 21 de agosto, a 48 años del golpe militar de Hugo Banzer; recordé presos, exiliados, desaparecidos y muertos de familiares o amigos de familiares. La muerte golpeaba al país, como lo hizo con la región. 
En el mundo occidental y quien sabe por el enorme peso de la tradición católica, la muerte se vive de una manera muy dura y fuerte. Nos enseñan a tenerle miedo, a usar el negro, a arrepentirnos, a entristecernos, a llorar y a desgarrarnos las vestiduras. Se la vive como algo completamente extraña y ajena a la naturaleza humana, quien sabe hasta como un castigo. A diferencia, en otras culturas, la muerte se constituye en un episodio natural del desenvolvimiento y en lugar de darle tanta importancia y miedo a la muerte; se concentran en lo que haces a diario y en lo que se logra en la vida. Algunos equiparan el dormir como una pequeña y breve experiencia de la muerte.
Sin duda, esa manera de vivir la muerte es algo que nos costará mucho como sociedad en aprenderla o en comprenderla. Mientras tanto, hace un minuto acaban de informarme que un amigo contemporáneo, que había tenido complicaciones severas de salud, acaba de fallecer. Tal vez no, pero como en mi primera experiencia, al margen de todas las entelequias o deseos, la muerte pega duro. Y por eso, quien sabe, es más urgente vivir cada  segundo disfrutándolo, como si fuera el último.