Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 25 de abril de 2024
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¡Oh! Linda La Paz

¡Oh! Linda La Paz
Hace algún tiempo tuve la ocasión de estar un 16 de julio en la ciudad maravilla. En la víspera disfruté la oportunidad de participar en el mítico desfile de teas y después, en modo conciudadana ejemplar, me “recogí” al lugar donde estaba alojada en pleno centro paceño. Grande fue mi asombro al escuchar durante la noche el himno paceño interpretado por personas aparentemente embriagadas, las que cantaban a todo pulmón en pleno frío juliano y bailoteaban estilo kullawa en la madrugada andina. Asombro digo, pues en mi Llajta nunca había escuchado entonar “brilla el sol”, en momentos no oficiales o formales.

Pues bien, el abordaje de las costumbres o tradiciones del pueblo resultan sugestivas porque reflejan la identidad que de una u otra manera emerge en situaciones específicas como de regocijo oculto, y que se manifiesta en ocasiones especiales, El paceño tiene raíces profundas aimaras y como tal, cualquier celebración tiene una mezcla de sentido social y simbólico. El primero porque enfatiza el rol que cumple la función colectiva, reforzando de esta manera las relaciones sociales que son importantes para la circulación de bienes, y el segundo porque enfatiza la naturaleza metafórica del ritual, que se expresa a través de los símbolos. Curiosamente, algunos investigadores señalan que en la cuantiosa literatura sobre las fiestas en los Andes, no se toman en cuenta los aspectos objetivos de dichas celebraciones, como ser los largos días de comida y las inagotables embriagueces. Sin embargo, todos sabemos que en el “yo te estimo” se realizan compromisos económicos importantes, asimismo se junta la familia extendida.

Sin duda, tenemos un panorama que marca una identidad con la cual el sujeto va y viene, en este caso, la relación con el territorio y los achachilas transitan junto a las personas de identidad aimara. Aquella forma de ser, que en la colonia fue reprimida hábilmente pues existía condena hacia la manera en que se desarrollaban los rituales andinos, calificándolos como prueba de incivilidad. Por otra parte, crónicas exageradas de la época refieren embriagueces consideradas inaceptables. Entonces, la manera de celebrar la efeméride paceña, de cierta manera es una extensión de las fiestas andinas que durante mucho tiempo fueron silenciadas y de esa forma el mestizo aimara puede expresar festivamente el amor por Chukiago marka. Además, recrea la socialización colectiva de un hito histórico importante que innegablemente cambió la vida política y social del país entero. Van den Berg (1989) señala: “En los Andes, la música y la danza forman parte de los ritos y que no debe sorprendernos que estos gestos son de cariño, de respeto, de entrega y confianza, porque música y danza simbolizan el ritmo cíclico del tiempo”.

Así que, probablemente alguno pensará que es un juego de encaje al relacionar los aspectos señalados, sin embargo, es revelador rescatar la conducta cultural para entender el momento, ahora intenso con la visibilización de la aimaridad. Tal vez, unos dirán que soy novelera y otros, se encontrarán en ellas, pues en las julianas cívico-patrióticas se vive fuertemente la reciprocidad andina: cariño y respeto por su historia, por la identidad del chukuta y por el Illimani. ¡Jallalla La Paz!