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  • Diario Digital | sábado, 20 de abril de 2024
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El fútbol femenino, la nueva trinchera

El fútbol femenino, la nueva trinchera
Si se trata de los designios de la FIFA, es difícil, cuando no imposible, creer en casualidades. Cuesta creer que haya sido una casualidad que el Mundial de Fútbol Femenino, celebrado en Francia en semanas pasadas, haya coincidido en fechas con la Copa América. Y con la Liga Africana de Naciones. Y con la Copa de Oro.

Casualidad o no, la coincidencia en fechas impidió que en este lado del mundo el Mundial Femenino pudiera ser seguido con tanta atención como la que mereció en Europa y Estados Unidos. Y no es que faltaran equipos sudamericanos, que los hubo, como el Brasil de Marta, aunque no alcanzaron las instancias finales. Tampoco es que fuera un torneo más, pues fue el primer mundial post #MeToo, lo que explica el volumen inédito de gente, prensa, dinero y activismo que movió.

Así y todo, la Sudamérica futbolera estuvo prácticamente colonizada por los vaivenes de la Copa América. Del mundial de las mujeres apenas llegaban noticias vinculadas a las reivindicaciones que se cocinaban en Francia y resúmenes muy escuetos de los partidos. De ahí que resultara tan sorpresivo el anuncio de que la final entre Estados Unidos y Holanda, jugada el domingo pasado, se transmitiría por señal abierta en Bolivia. Debo reconocer, no sin vergüenza, que el de las estadounidenses y holandesas fue el primer encuentro de fútbol femenino que vi en su totalidad. Y a riesgo de pecar de oportunista, un mal tan indisoluble de ciertos activismos en boga, debo reconocer que acabé gratamente sorprendido. Contra el prejuicio extendido, de que el balompié de mujeres está más cerca de la pichangueada que del profesionalismo, el juego por el título (me) reveló a unas futbolistas de envidiables condiciones físicas y técnicas, que ya quisiéramos en nuestros clubes profesionales masculinos de Bolivia.

Pero, si por algo habremos de recordar esta copa, será por su estandarte: Megan Rapinoe. La cocapitana de EEUU, que ganó el Mundial por cuarta vez, fue la mejor jugadora y la goleadora del torneo. Fuera del campo, fue incluso tanto o más admirable: se enfrentó abiertamente contra Trump y sus prejuicios, lo desairó públicamente y se dio un baño de popularidad que ya quisiera tener el mandatario gringo. El coraje subversivo de la Rapinoe evoca al de otros talentosos díscolos de las canchas, como Socrates o Maradona, que maravillaban a las tribunas con el arte de sus piernas, al tiempo que las incendiaban con el fuego de sus palabras. No deja de ser sugerente que el fútbol más rebelde se esté jugando en el epicentro del “imperialismo”. Acaso sea una señal de que las ideas trascienden hoy la geopolítica. Acaso sea una señal de que la revolución en el fútbol hoy tiene rostro, y piernas, y palabras, de mujer.