La vida vence a la muerte
18 de abril de 2019 (20:48 h.)
En la tradición cristiana, el mensaje central de Semana Santa es éste: la vida de los vulnerables, de las víctimas, de los indefensos, vence a la muerte. La muerte que trae consigo el poder del imperio, aliado al poder religioso y económico. Conviene recordar esto cuando observamos la amenaza de los proyectos de muerte en Bolivia y en América Latina.
La construcción de mega hidroeléctricas, la ampliación de la frontera agrícola para el cultivo de biocombustibles, la introducción de transgénicos, la exploración de hidrocarburos en parques nacionales y áreas protegidas, la minería ilegal, la explotación de litio… son proyectos de muerte impulsados por los poderes políticos y económicos. Detrás está la voracidad de las transnacionales y de los nuevos imperios. Curiosamente, ninguno de estos temas es parte de la agenda electoral. Ni oficialistas ni opositores van a cuestionar estas acciones letales. Si hay algo que une a la izquierda y a la derecha es su devoción por el capitalismo más salvaje y depredador. Su recompensa: las 30 monedas de plata que, en forma de regalías, impuestos directos a los hidrocarburos y actos de corrupción, llegarán a sus bolsillos.
Frente a la muerte están las luchas de los y las más vulnerables. Las comunidades indígenas y campesinas que resisten. Que plantan cara al verdadero imperio. Que buscan alternativas para conservar sus territorios y sus medios de vida. La batalla no puede ser más desigual e injusta. De un lado, del lado del imperio y de la muerte están todos los recursos: la ley, el dinero, la fuerza policial, el culto a la “industrialización” y al “progreso”: los nuevos ídolos de hoy. Del lado de los indígenas y campesinos sólo está su dignidad y coraje. Como la de aquel carpintero de Nazaret que se atrevió a cuestionar a los poderes de su tiempo.
Y, sin embargo, el mensaje de Semana Santa está vigente hoy más que nunca. A pesar de los pronósticos que hacen pensar que el imperio logrará acabar con la vida, la esperanza vuelve a renacer. Al final, la vida vencerá sobre la muerte. En el mediano plazo, las comunidades indígenas y campesinas que hoy resisten, lograrán consolidar un nuevo movimiento social capaz de construir -esta vez sí- un Estado poscolonial para vivir bien.
La construcción de mega hidroeléctricas, la ampliación de la frontera agrícola para el cultivo de biocombustibles, la introducción de transgénicos, la exploración de hidrocarburos en parques nacionales y áreas protegidas, la minería ilegal, la explotación de litio… son proyectos de muerte impulsados por los poderes políticos y económicos. Detrás está la voracidad de las transnacionales y de los nuevos imperios. Curiosamente, ninguno de estos temas es parte de la agenda electoral. Ni oficialistas ni opositores van a cuestionar estas acciones letales. Si hay algo que une a la izquierda y a la derecha es su devoción por el capitalismo más salvaje y depredador. Su recompensa: las 30 monedas de plata que, en forma de regalías, impuestos directos a los hidrocarburos y actos de corrupción, llegarán a sus bolsillos.
Frente a la muerte están las luchas de los y las más vulnerables. Las comunidades indígenas y campesinas que resisten. Que plantan cara al verdadero imperio. Que buscan alternativas para conservar sus territorios y sus medios de vida. La batalla no puede ser más desigual e injusta. De un lado, del lado del imperio y de la muerte están todos los recursos: la ley, el dinero, la fuerza policial, el culto a la “industrialización” y al “progreso”: los nuevos ídolos de hoy. Del lado de los indígenas y campesinos sólo está su dignidad y coraje. Como la de aquel carpintero de Nazaret que se atrevió a cuestionar a los poderes de su tiempo.
Y, sin embargo, el mensaje de Semana Santa está vigente hoy más que nunca. A pesar de los pronósticos que hacen pensar que el imperio logrará acabar con la vida, la esperanza vuelve a renacer. Al final, la vida vencerá sobre la muerte. En el mediano plazo, las comunidades indígenas y campesinas que hoy resisten, lograrán consolidar un nuevo movimiento social capaz de construir -esta vez sí- un Estado poscolonial para vivir bien.