Opinión Bolivia

  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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Cortinas de primera

Cortinas de primera
En algunos aviones, las primeras cuatro o cinco filas de asientos están destinadas a los pasajeros que pagaron por viajar en clase ejecutiva o en primera clase.

Los pasajeros que viajamos en los asientos detrás de esas filas, vemos cómo las asistentes de vuelo les ofrecen, antes de despegar, una selección de revistas que, por supuesto, no se ofrece en segunda clase, vemos cómo les ofrecen bebidas de aperitivo y los atienden con sonrisas de primera clase.

Cuando el avión va a despegar, las solícitas asistentes de vuelo abren las cortinas que nos separan de la primera clase y las aseguran. Recordemos que los momentos más delicados en un vuelo son el despegue y el aterrizaje; antes de ambas situaciones, las cortinas se abren por protocolos de seguridad y nos recuerdan que aunque hayan pagado más por el mismo viaje, siguen siendo mortales.

Durante el resto del vuelo, las cortinas permanecen cerradas y una tela de pocos milímetros separa a los pasajeros de primera de los de segunda. A lo largo de nuestras vidas generamos falsas cortinas de seguridad que nos permiten sentirnos únicos, nos dan la falsa esperanza de que los que van detrás no son tan afortunados como nosotros.

Cerramos cortinas que llevan los grados académicos que detentamos (o a los que aspiramos), otras tienen la marca del automóvil que conducimos o de la ropa que usamos, cortinas olfativas con fragancias que esconden nuestras realidades, esas con cremas que aclaran nuestra piel, cortinas quirúrgicas que afinan nuestros rasgos, aquellas que establecen nuestro género o nuestro oficio, cortinas muy pesadas con nuestra religión o nuestro sistema de creencias; también están ese sucio cortinaje con nuestra militancia política, cortinas con el barrio en el que vivimos, aquellas añejas con el pedigrí de nuestros foráneos apellidos, terrosas cortinas con ramas de frondosos árboles genealógicos.

Nos ocultamos (pero intencionalmente solo a medias) detrás de las cortinas que tienen el escudo de alguna organización secretísima de la que somos parte, nos tapan esas que tienen números de cuentas de banco, nos guardan cortinas que llevan nuestros importantes cargos de líderes y nos sentimos seguros en ambientes controlados en los que todos están en nuestro lado de la cortina, nos negamos a acercarnos a ella y ver qué hay detrás, pues nuestra seguridad depende de que esa tela exista y esté siempre protegiéndonos de los demás, no queremos verlos, ni saber de ellos, cómo son o qué sienten, cuáles son sus problemas y cuáles las cortinas que ellos quieren abrir.

El papa Francisco advierte, en su exhortación apostólica Gaudete et exultate, que existe una “tendencia al individualismo consumista que termina aislándonos en la búsqueda del bienestar al margen de los demás” esta observación está referida a la vida en comunidad, a buscar con el otro una mejor experiencia de vida.

Néstor Ariñez reflexionaba la semana pasada sobre la importancia de hacer algo por nuestro planeta, pero avanzaremos solamente en la medida en que quitemos las cortinas, en la medida en la que nos preocupemos por los demás, cuando dejemos de pensarnos como ombligo del mundo, cuando pensemos que no podemos darnos el lujo de destruir el mundo por nuestro egoísmo. Solo así podremos construir en comunidad.