Opinión Bolivia

  • Diario Digital | miércoles, 24 de abril de 2024
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UN POCO DE SAL

Iglesia pecadora

Iglesia pecadora
Siempre hemos oído hablar de la santidad de la Iglesia. En la cúpula del Vaticano se reproducen las palabras que Jesús dirigió a Simón: “Tú eres Pedro, sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt. 16,18). Todos ya sabíamos que la historia de la Iglesia no había sido tan gloriosa. Juan XXIII inició una gran reforma eclesial, retomada por Francisco. Y cuando comenzaba a florecer la primavera eclesial, ha estallado ¿casualmente? la tormenta de los abusos sexuales y pederastia del clero y religiosos, y el silencio encubridor de las cúpulas jerárquicas.
El prestigio eclesial está por los suelos, caen grandes figuras e instituciones hasta ahora muy respetadas. El pueblo cristiano se siente escandalizado y triste.
No vamos a negar la extrema gravedad de estos hechos, no es momento de presentar excusas, ni alegar que los abusos también suceden en otros ámbitos, es tiempo de sentirnos confundidos y avergonzados, es momento de pedir perdón a las víctimas y a Dios, de tomar medidas de cara al futuro: tolerancia cero, elaborar protocolos para protección de menores, etc

Hemos de complementar la catequesis sobre la santidad de la Iglesia con una serena afirmación de que la Iglesia es humana y divina, santa y pecadora, “casta prostituta”.
Cuando en el evangelio Pedro reprende al Señor ante el anuncio de la pasión, Jesús le dice que se aparte de su vista y le llama Satanás y piedra de escándalo (Mt. 16,21). Esta es la Iglesia, una Iglesia de pecadores que necesitamos conversión.
Pero recordemos que el Señor prometió a la Iglesia el Espíritu Santo que descendió sobre ella en Pentecostés y nunca la abandona. Esto significa que nunca el pecado ahogará la santidad de la Iglesia, santidad mucha vez oculta del pueblo fiel, de los santos “de la puerta de al lado”

Ni terrorismo mediático, ni chantaje económico o político, ni encubrimiento jerárquico, ni escándalo farisaico, ni ingenuidad.
No nos sorprendamos ni rasguemos las vestiduras. Somos pecadores, miembros de una Iglesia pecadora y santa a la vez. Este puede ser un momento clave para una reforma eclesial a fondo, desde la escucha del clamor de las víctimas. Pero en este proceso no estamos solos, nos acompaña el Espíritu del Señor.