Opinión Bolivia

  • Diario Digital | miércoles, 24 de abril de 2024
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Procusto

En la mitología griega, Procusto, también conocido como Damastes, hijo de Poseidón, era el posadero del Atica, quien en su casa de las colinas ofrecía alojamiento al viajero solitario. Pero, ocultaba un terrible secreto. Cuando el cansado peregrino se echaba a dormir, Procusto procedía a cercenar sus extremidades, tanto brazos como piernas, si éstas, excedían el tamaño exacto de la cama.

Al respecto, la psicología acuñó el término de Síndrome de Procusto precisamente para aquella persona que detesta al que destaca, al que sobresale, al que busca igualar a todos hacia abajo, que en diferentes contextos, académicos, empresariales o familiares, tiende a negar los talentos y éxitos de los demás. Puedes encontrarlos a borbotones en redes sociales y eventualmente puede que tú y yo tengamos algunos síntomas de este síndrome.

Hace unos días, la foto casual de un auto de lujo en las oficinas de la Aduana en la frontera boliviana despertó al Procusto interno que llevamos. La mala combinación entre fake news y envidia produjeron el efecto deseado: sentencia moral al dueño del auto con un serie de adjetivos calificativos (y descalificativos).

¿Es pecado tener éxito? Tenemos un serio conflicto con los triunfos ajenos. A principio del siglo XX, Max Weber escribió “La ética protestante y el espíritu del capitalismo” como una manera de identificar los patrones del éxito económico y su intersección con la religión. En resumen: los países protestantes tienden a ser más desarrollados que los países católicos.

La herencia judeocristiana nos plantea esa negación del éxito, porque este es un “valle de lágrimas” donde “parirás con dolor” y “trabajarás con el sudor de tu frente” y que la pobreza es signo de despojo material y de fe, mientras que la riqueza es defenestrada por su directa conexión con la codicia. Sin embargo, en sociedad complejas como los actuales, donde todo tipo de actividad económica busca bienestar financiero, aparece esta voz silenciosa que nos murmulla internamente para mirar en menos, a quien tiene más. Es un tema de mentalidad, de paradigma. De dejar de estirar la mano esperando el milagro. Si a mi vecino le va bien, si a mi competencia le va bien, si a mi comunidad le va bien, eventualmente a mi también me irá bien. Está todo conectado. Esta ciudad, este país necesita formatear su forma de ver el

progreso de manera positiva y colectiva. Cooperar y no competir. Un colega posteó lo siguiente: “quiero mandarle mi CV al dueño del auto”. Definitivamente, esa es la actitud.

Mónica escribió un reportaje sobre la cantidad de autos de lujo que hay en Bolivia y te sorprendería leer esos datos. Pero no fue viral. Parece que la emblemática frase de los minibuses tiene razón: tu envidia es mi progreso.