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  • Diario Digital | jueves, 25 de abril de 2024
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Extractivismo no respeta ni pide permiso

Extractivismo no respeta ni pide permiso
Para entrar en la mina hay que pedir permiso. Es lo que me enseñaron los ancianos mineros cuando vivía en Potosí hace muchos años. Se pide permiso antes de empezar a trabajar en el reino profundo del Tio. Y a pesar de pedir permiso y cumplir todos los ritos, ocurren los accidentes.

No creo que los responsables del desastre ecológico de Brumadinho, en Brasil, hayan pedido permiso. Ni siquiera parece que acataron las leyes civiles, ni mucho menos las espirituales. El quiebre del dique de colas de la mina de hierro pudo ser evitado. Era un desastre anunciado. Por esto, el obispo auxiliar de Belo Horizonte, Dom Joaquím Mol, dice: “Aquí no hubo accidente. Hubo un crimen ambiental y un homicidio colectivo. Hay personas que precisan ser responsabilizadas por esto”. Otros recuerdan que la sociedad civil hace tiempo advertía que la política de reducción de costes de la empresa minera estaba poniendo en riesgo la seguridad. Pero la codicia valía más que las vidas humanas.

El extractivismo minero no es algo que podamos dominar solo con la planificación técnica y normas de seguridad. En Brumadinho, una empresa alemana especializada en seguridad industrial había declarado “seguro” al dique en el mes de septiembre del año pasado. Pero frente a la corrupción, a la codicia empresarial y política, a la falta de consideración humana y ambiental, no hay esperanzas de seguridad. Obviamente, en la actualidad, sucede lo mismo en Potosí.

Lo que puede ayudar, es el respeto. Es otra cosa que por allá me enseñaron los mineros y los campesinos potosinos: el respeto nos puede salvar. El respeto frente a los demás, el respeto a todos los seres, el respeto verdadero y visible a la Pachamama. Es un respeto que tiene consecuencias éticas, y no se limita a las palabras y al folclore, como hoy muchas veces sucede.

El extractivismo, en cambio, es irrespetuoso. Es urgente que empecemos a contenerlo. Es urgente que activemos la fuerza espiritual ancestral del respeto frente a las personas humanas más vulnerables y frente a nuestra casa común que es el medioambiente.

Necesitamos desarrollar este respeto, no solo en la vida diaria, sino también en la política y en la economía, para contener este extractivismo salvaje que no pide permiso ni respeta a nadie.