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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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FORO

Año Nuevo en el infierno

Año Nuevo en el infierno
No eran terroristas. No era una invasión militar rusa. Eran drones. De uso civil. Como los que se venden para niños, pero grandes.

Entre cinco y 10 de esos aparatos zumbaron la semana pasada sobre el aeropuerto inglés de Gatwick, uno de los más usados del continente. Los artefactos voladores forzaron el cierre de la pista durante más de 24 horas días antes de Navidad, obligando a cancelar mil vuelos y destrozando las vacaciones de 140.000 personas.

La imagen del antiguo imperio inglés, ese que ganó dos guerras mundiales, paralizado por unos electrodomésticos del precio de una moto usada, se convirtió en una metáfora de su situación política.

Y es que, en estas mismas semanas, la primera ministra de ese país debió suspender la ratificación parlamentaria de su acuerdo para abandonar la Unión Europea. Desde que los británicos votaron en referéndum abandonar el club de países, sus representantes se han mostrado incapaces de encontrar una aplicación satisfactoria de la voluntad popular. Y según el Banco de Inglaterra, una salida de la UE sin acuerdo tendría un costo económico equivalente a la crisis de 2008. Sería el primer colapso económico elegido democráticamente en las urnas.

Los líderes europeos podrían relamerse ante el caótico fracaso del primer esfuerzo por abandonar el barco. El problema es que quedarse a bordo tampoco tiene tan buena pinta. La última gran esperanza del europeísmo, el presidente francés, Emmanuel Macron, ha resistido durante mes y medio las revueltas de una masa enfurecida, sin líderes visibles ni partidos políticos, que lo han obligado a dar marcha atrás en sus propuestas. Macron quería poner a su país a la vanguardia del progresismo ecológico gravando los combustibles contaminantes. Pero no tomó en cuenta que esos son los combustibles que usan los pobres. Al parecer, su país tiene más pobres que vanguardistas.

No tan violenta como Francia –ni ridícula como el Reino Unido–, España vive su propio calvario estos días. Para reunirse en una Cataluña gobernada por el independentismo, el consejo de ministros requirió un operativo de 9.000 agentes armados. La prensa catalana más amable ha concedido a la iniciativa un aprobado justito. Pero inevitablemente, la imagen del presidente caminando por calles vacías y acordonadas deja un sabor de división.

El diciembre europeo asusta porque precisamente estos países representan las tres visiones distintas sobre el futuro del continente. El regreso al nacionalismo aislacionista de May, el liberalismo progresista de Macron, la socialdemocracia buena onda de Sánchez, encarnan las alternativas en debate en Europa... y la verdad, ninguna vive su mejor momento.

Como las casualidades no existen, este mismo año anunció su jubilación Angela Merkel, la mujer que ha gobernado Alemania desde el 2005. La canciller comenzó su carrera política en la Alemania del Este, y representa la Europa triunfante de los años noventa. Odiada en la Grecia de la crisis, amada en la Siria de los refugiados, Merkel cree que una economía sólida y una sociedad abierta son dos caras de la misma moneda.

Mientras ella abandona la función, se adueña del escenario Matteo Salvini. El ministro de Interior italiano pelea con la UE, desaloja personalmente campamentos de inmigrantes y amenaza con devolver a los africanos “de una patada en el culo” a sus países.