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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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Lula, inexorable levedad

Lula, inexorable levedad
La tragedia de Lula da Silva comenzó mucho antes de septiembre de 2016, fecha en la que se inició el primer juicio contra este mandatario.

La danza macabra de la corrupción en las más altas esferas del Gobierno brasileño empezó tempranamente, casi desde los inicios de su gestión, y fue progresivamente incrementándose en una escala jamás imaginada, en un ritmo constante y envolvente, y cuyos réditos ilegales se cuentan en guarismos de billones de reales. Tal fue el carácter envolvente y el desenfreno que sus efectos alcanzaron al próximo gobierno. Le correspondió al juez Sergio Moro demostrar la responsabilidad y culpabilidad del líder metalúrgico en los negociados vergonzosos. Lula fue hallado culpable en forma fehaciente por la comisión de los delitos de corrupción pasiva y lavado de dinero, imponiéndosele la pena de nueve años de prisión.

Más tarde, a medida que surgieron otras probanzas por otros ilícitos divulgados por la prensa, que al expresidente y sus más directos colaboradores se les incrementó la pena a 12 años.

Es de destacar que el derecho a la defensa, y consiguientemente el debido proceso, proclamado y establecido en su norma fundamental, fue cumplido rigurosamente. El imputado, hizo uso de todos los recursos franqueados por la ley para evitar entrar en prisión; en todos ellos, perdió por unanimidad de votos de los miembros que componían los tribunales. A lo largo del enjuiciamiento, nadie dudo de la independencia del Órgano Judicial y, consecuentemente, la probidad de sus funcionarios.

Lula da Silva, asistido por un grupo de asesores y abogados, dio dura batalla como duros, para ellos , fueron los resultados.

Ingresado el reo al lugar asignado para su reclusión, no gozó de privilegio alguno, fue tratado con respeto y consideración y el mismo sentido fue el comportamiento del recluido, no dejó de batallar y menos perdió la esperanza de ser habilitado como candidato presidencial en las futuras elecciones, hasta que el Tribunal Superior Electoral (TSE) se pronunció en definitiva, estableciendo que para tal competencia electoral se exigía una hoja limpia, lo que suponía no haber sido juzgado y penado por tribunal judicial.

Respetuoso de la norma, nombró su suceso, sellando así el final de político y luchador, de líder que entregó su vida a sus ideales. Sufrió persecuciones, perdió contiendas electorales, accedió aclamado a la primera magistratura de un colosal Estado, tuvo aciertos y desaciertos en su función de presidente, los cuales aún no han sido evaluados con la ecuanimidad que exige la historia.

Por ahora, lo único cierto es que este personaje no podrá volver a la arena electoral. Lo ha decidido así la justicia, y mientras cumpla su condena, el tiempo trascurrirá inexorablemente en su vida, las circunstancias y los nuevos actores políticos se enfrentarán a nuevos retos. Lula desaparecerá del escenario inmediato. Al partido de los trabajadores le queda la responsabilidad de demostrar que sin su figura legendaria, sigue siendo una alternativa en procura de alcanzar mejores días, para quienes confiaron en él durante décadas y que su líder nato se hizo añicos por la corrupción.