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  • Diario Digital | jueves, 25 de abril de 2024
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Cómo salvar la democracia

Cómo salvar la democracia
En su ya popular obra “Cómo mueren las democracias”, Steven Levitsky y David Ziblatt afirman sin rodeos que para mantener a raya a personas autoritarias, primero que nada hay que saber identificarlas. Para ello, proponen una tabla con cuatro indicadores infalibles de comportamientos dictatoriales, consistiendo uno de ellos en “el rechazo de las reglas democráticas del juego”. Así, los políticos bajo sospecha tendrían que someterse a la siguiente criba de interrogantes: “¿Rechazan la Constitución o expresan su voluntad de no acatarla? (…) ¿Intentan socavar la legitimidad de elecciones, por ejemplo, negándose a aceptar resultados electorales creíbles?” Aunque la tesis no es muy original, resulta bastante pertinente dada nuestra actual coyuntura política, especialmente con la promulgación, ladina y sagaz, de la Ley de Organizaciones Políticas, que inminentemente habilitará a nuestro presidente para los próximos comicios generales, a contrapelo de los resultados electorales de un referendo pasado.

Para muchos todavía resulta risible y absurda la idea de que podríamos estar empezando a transitar por la senda, rudimentaria aún, del autoritarismo. De hecho, hay quienes -con total inocencia y buena fe- consideran exagerado el cuadro goyesco que se pinta sobre la actual coyuntura. ¿Acaso la muerte súbita, estrepitosa y explosiva constituye la única vía de aniquilación de la democracia? ¿No son más efectivos e irreversibles los procesos lentos y silenciosos, que desgastan al sistema desde adentro? Reseñando la sinopsis del libro de Levitsky y Ziblatt, podríamos decir que la “democracia ya no termina con un bang (un golpe militar o una revolución), sino con un leve quejido: el lento y progresivo debilitamiento de las instituciones esenciales, como son el sistema jurídico o la prensa...” Se equivocan quienes esperan ver tanques, metralletas y botas militares apisonando las calles. Son otras las manifestaciones de violencia características del siglo XXI; más sutiles y taimadas, y también más perversas. Lo dicho por el filósofo Byung Chul Han en su obra “La sociedad del cansancio”, también resulta aplicable, mutatits mutandis, a los regímenes democráticos. Estos ya no mueren por golpes o asaltos provenientes desde “fuera del sistema”; más bien, son aniquilados paulatinamente por procesos internos autoinmunes del propio sistema. Es el propio sistema el que se destruye a sí mismo, a través de sus elementos intrínsecos. El autoritarismo más perdurable y sólido es aquel que se ha servido de los mecanismos del sistema democrático para consolidarse y que aún se sirve de la institucionalidad formal para desgastar a las bases esenciales del propio sistema (por ejemplo, a través de los fallos de un Tribunal Constitucional legítimamente constituido que, sin embargo, desconoce la validez de los mecanismos más significativos de la democracia).

Síntoma inequívoco de una democracia agonizante es entonces este proceso subversivo autoinmune, por el que los propios órganos del Estado (Tribunal Constitucional, Tribunal Electoral, Tribunal Supremo, etc.) que están diseñados para actuar como defensores de los valores y bienes democráticos (como sistemas inmunitarios), en lugar de activar esta defensa, se convierten en agresores y atacan a los propios mecanismos y bases del sistema democrático (referendo, consulta popular, etc.). Ante este ataque interno, sería una ingenuidad mayúscula pretender todavía activar los resortes y mecanismos de la democracia formal para salvar a la democracia. Por ejemplo, sería un absurdo activar una demanda de inconstitucionalidad de la Ley de Organizaciones Políticas (pues, ¿cuál creen ustedes que sería el fallo de nuestro augusto Tribunal Constitucional ante tal demanda?); o allanarse a esa ley organizando frentes políticos y acudiendo a las urnas para enfrentar al espurio binomio consolidado con total irrespeto del voto popular de un referendo pasado (pues, si ya una vez incumplieron el voto del soberano, ¿creen ustedes que nuestro monarca se someterá pasivamente a los resultados de los próximos comicios del año 2019, o creen todavía que tendremos unas elecciones transparentes?). No se puede ya salvar la democracia empleando los mecanismos -ya ulcerados e infectados- del propio sistema democrático. Pensar lo contrario, sería una ingenuidad superlativa.