Opinión Bolivia

  • Diario Digital | martes, 23 de abril de 2024
  • Actualizado 14:43

DIOS ES REDONDO

De medallas, trompadas y otros bochornos

De medallas, trompadas y otros bochornos
Lo siento, pero no puedo escribir de otra cosa que no sea el bochorno. Sí, el bochorno. El sello de la semana que acaba en el país. Una semana extraordinariamente generosa en episodios con dosis superlativas de absurdo y ridículo. Bien se me podría acusar, y con razón, de seguir exprimiendo la rocambolesca historia del edecán cachondo que, pasado en cardán calditos, se fue a visitar prostíbulos en El Alto, con la medalla y la banda presidencial a cuestas, en lugar de esperar por su vuelo con destino a Cochabamba. Así también se me podría acusar, y con más razón aún, de abusar del morbo en torno al diputado striper que, borracho de alcohol y de exhibicionismo, se emboló en el aeropuerto Jorge Wilstermann, en un hecho en el que más de uno ha querido ver un ejercicio performático, una muestra del más audaz arte contemporáneo boliviano.

No lo niego, lo asumo: soy morboso. Pero, tras una semana como esta en el país, no sé si sea posible no serlo. Eso sí, antes que indignarme, vociferar o llorar, prefiero asumir mi morbo ante el bochorno con humor. Al menos, lo intento. Cómo no reírnos del accidentado periplo de los símbolos patrios, que en unas pocas horas conocieron lenocinios e iglesias. Cómo no matarnos de risa del exabrupto nudista de asambleísta que celebró su cumpleaños –Álvaro Salazar dixit- “en bolas y a lo loco”. Cómo no reírnos, incluso, de las trompadas que le propinó Thiago Leitao al Pochi Chávez, ayudante técnico y volante del Wilster, respectivamente, en el partido que el Rojo le ganó 3-1 a San José en Sacaba, el jueves.

Porque, no lo he olvidado, esta es una columna dedicada al fútbol. Y el fútbol nuestro no se ha mantenido al margen de la ola semanal de bochorno. Se diría que fue alcanzado por una cloaca de descomposición extrema que parecía contaminarlo todo a su paso desde el miércoles 8 en el país. Pero, lo cierto es que en el balompié boliviano habita hace ya tiempo, y no de forma coyuntural, la corrupción que infesta la vida institucional y cotidiana de los distintos estamentos políticos y sociales del país.

No voy a hacer demagogia e invocar valores conservadores, como el respeto a los símbolos y la sumisión a la autoridad, con los que no pocos se llenan la boca en estos días a manera de linchar a los protagonistas del bochorno. Lo que, en verdad, me llama poderosamente la atención es el quemeimportismo (hay una palabrota más justa) con que los bolivianos o los que viven en este país nos tomamos las responsabilidades que nos tocan, llámense cuidar una medalla histórica, farrearse la madre sin joder a nadie o aceptar el cambio en un partido por otro jugador. No nos hacemos cargo de nuestros estropicios y, para colmo, siempre buscamos achacarlos al de a lado. En fin, que alguien apague de una vez esta semana.