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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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DIOS ES REDONDO //

El bueno, el malo y Pitana

El bueno, el malo y Pitana



 Fue una final perfecta en su imperfección. Fue el resumen más fiel de un Mundial atípico, pero emocionante. Como a lo largo del torneo, en el último cotejo hubo muchos goles: seis (un número impensable para esta era del fútbol); uno de ellos, en contra (de los 12 registrados en los 64 partidos, la cifra más alta de todos los mundiales); otro marcado desde los 12 pasos (de los 29 penales cobrados a lo largo del campeonato, otro número récord para la historia de las copas); un tanto ajustado a la categoría de gol más (im)popular del año, el blooper de arquero (de los cuatro en total que se me vienen a la cabeza). Y como seña definitiva de Rusia 2018, el VAR reapareció para alterar de forma determinante el curso de la final, en el penalti pitado en favor de Francia, con el que Griezmann encaminó el bicampeonato de su selección.

Hasta acá, la culpa la tiene la máquina, la tecnología ideada por la FIFA para dizque ofrecer más justicia al fútbol. Con lo que nadie contó del todo es con la venganza de los árbitros, los otrora villanos de negro convertidos en esclavos de los monitores, que ayer tuvieron en Pitana su más detestable encarnación. En el primer gol francés cobró una falta inexistente y en el segundo dio un penal cuando menos discutible. A falta de fútbol, Argentina fue protagonista del partido más importante del Mundial cumpliendo un papel lamentable. Como fuere, el referí no fue el malo de esta historia, tan solo el feo, al que le tocó hacerse cargo de las innovaciones cuestionables de los carcamanes del balompié.

El malo o lo malo fue, una vez más, ese juego amarrete y defensivo, ultra-físico y muy efectivo en sus oportunidades de gol, altamente dependiente de la pelota parada, del que los franceses fueron uno de sus mejores intérpretes. Lo digo yo, que me compré incluso la casaca alternativa de los galos, confiado en encontrarme con algo de la Francia campeona de 1998 y subcampeona de 2006. Lo que descubrí, en cambio, fue que los franceses se volvieron en los italianos de 2006: el fútbol menos vistoso, pero más práctico, que sirve para ganar. Pero, acaso ya vacunado de siquiera tres mundiales perdidos por mis favoritos, esta vez no lo sufrí tanto. El sufrimiento ya lo había vivido en las respectivas desclasificaciones de Argentina y Bélgica.

Y lo bueno, pues, fue esa lluvia, ese aguacero torrencial que cayó al momento de la premiación, unos dirán que para bañar de gloria a los campeones, pero otros creemos que fue para llorar la derrota épica de Croacia, esa selección talentosa y guerrera, con un portero “atajapenales” (Subasic), una defensa aplomada (Lovren, Vida, Strinic, Brosovic), el mejor mediocampo del torneo (Modric, Rakitic, Perisic y Versaljko), un goleador de mil batallas (Mandzukic) y, no menos importante, el Balón de Oro del Mundial (Lukita).

Dicen que nadie se acuerda de los segundos. Que esta sea la excepción que confirme la regla. Muchos nos acordaremos de esta Croacia que nos devolvió la fe en el fútbol de los (países) “chicos”, como nos seguimos acordando de sus predecesores de 1998. Ya se acordó de los croatas Dios, que es redondo, y les regaló su llanto eterno, que es también su gratitud y la nuestra. Gracias, Croacia, por haber hecho de este un Mundial perfecto en su imperfección.