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  • Diario Digital | jueves, 25 de abril de 2024
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CONSTRUIR COMUNIDAD

Mi fe en la transformación social y la comida

Mi fe en la transformación social y la comida
Comenzábamos el primer semestre de la gestión y se avizoraba que sería diferente. Eran más de 50 estudiantes, la mayoría de ellos recién egresados del colegio, otros de semestres superiores. Todos, creyendo que sería un taller de expresión oral y corporal que les permita interactuar en público y facilitar las relaciones de grupo, como más o menos se titula el taller.

Otra característica de este curso fue la presencia de dos estudiantes con discapacidad: uno física y otro auditiva. Sus presencias posibilitaron grandes retos en aula, tanto para sus compañeros como para mí e incluso para la administración de la universidad. Nadie se había dado cuenta que no teníamos rampa de acceso hacía el gimnasio.

Entre tanto se resolvían los problemas de acceso y gestión para la atención a la discapacidad, y mi aula se convertía en un laboratorio de inclusión, yo me preguntaba si lograría hacer un proyecto final de intervención con tantos y tan diversos estudiantes. ¿Cómo? ¿Dónde?

Los anteriores semestres habíamos trabajado en hospitales y hogares de niños interviniendo durante un mes con proyectos de animación sociocultural y desde ese aprendizaje-servicio habíamos comprendido que estas experiencias son desafiantes. Pero, ahora teníamos que transversalizar la inclusión a la discapacidad y no por discurso, sino porque era nuestra realidad.

Dando paso a mi fe, rogaba por comenzar a responder las preguntas que me hacía antes y tener un plan, necesitaba ayuda divina y al parecer venía en micro desde Punata.

Allí estaba ella, vestida de blanco, de expresivos ojos cafés, sonrisa enorme y paso apurado. La hermana Patricia Alejandra había venido en busca de ayuda. Qué coincidencia ¿no? El Centro de Rehabilitación del Valle Alto “Nuestra Señora de Guadalupe” (CREVA), que fue construido gracias a una Telemaratón en Punata y administrado por las Hermanas Guadalupanas, ahora estaba vacío, había personal e infraestructura pero las prioridades de la población no eran sus personas con discapacidad.

Inmediatamente nos aliamos a la causa, debíamos lograr cuatro cosas: que el centro tenga pacientes, que la población del Valle Alto atienda a sus personas con discapacidad, que los estudiantes de la materia desarrollen sus proyectos desde este contexto, pero sobre todo que la hermana nos invite a comer los deliciosos tacos que prepara.

La aventura comenzó en mayo con la planificación, gestión y organización de los proyectos por equipos. Ya en junio, y luego de muchos trámites, nos fuimos a Punata los días martes de feria, corazón del comercio en el Valle Alto. La difusión del CREVA era nuestro objetivo: siete grupos de estudiantes, con pancartas, volantes, títeres, disfraces, maquillajes, instrumentos musicales, parlantes y micrófonos en mano nos situamos en puntos estratégicos de la ciudad.

Para finales de junio hacíamos la evaluación de esta aventura: la asistencia de pacientes al centro aumentó sustancialmente, los estudiantes aprendieron y aprobaron la materia, la docente cobró su sueldo y comió tacos, pero lo más importante es que la universidad otorgó un servicio social y se acercó a la realidad.