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  • Diario Digital | sábado, 20 de abril de 2024
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DIOS ES REDONDO

El arte de la resurrección

El arte de la resurrección
En la jerga futbolera le llaman remontar y alude a la capacidad de los equipos para sobreponerse a resultados adversos, volcando derrotas iniciales para acabar los partidos con victorias. Y si de remontar se trata, ningún otro equipo lo ha conseguido en este Mundial con tanta entrega y éxito como Croacia. Tras su perfecta fase de grupos, con tres triunfos al hilo, incluida goleada (por 3-0) a Argentina, los croatas empezaron a tener problemas en las siguientes instancias. En octavos empezaron perdiendo con Dinamarca, empataron en tiempo reglamentario y ganaron en penales, convirtiendo a su portero, Subasic, en uno de los baluartes del equipo. En cuartos también comenzaron perdiendo ante los rusos para luego empatar, ponerse arriba en tiempo suplementario, hacerse igualar y ganar una vez más en penaltis, con Subasic y Rakitic como héroes. Y contra los ingleses sufrieron un golazo tempranero (de pelota parada, sí, pero al menos digno de gritarse, cortesía de Trippier, uno de los más rescatables del combinado inglés), batallaron hasta el segundo tiempo para equilibrar el marcador y, por tercer partido consecutivo, llegar a la prórroga y solo entonces anotar el tanto de la victoria, y al fin, asegurarse su primera pase a una final de Mundial.

Así vistas las cosas, remontar es un verbo que le queda chico a la gesta croata en Rusia. Lo suyo, en rigor, es resucitar y, lejos de ser una capacidad, lo han convertido en un arte. Una revisión mínima de la historia de Croacia revela que su sobrevivencia como nación ha sido una lucha sin pausa por ganarse un lugar en el mundo. Su largo recorrido de separaciones de imperios y países, que tuvo su propio capítulo en la Guerra de los Balcanes, es una saga con muchas muertes y resurrecciones en las que los croatas han dejado sangre propia y ajena, pero de las que siempre han salido con vida.

No debería sorprender que la selección croata se haya ganado su lugar en la final de este domingo. Ya en 1998 habían conseguido enamorar al “planeta fútbol” de la mano de Suker y Prosinecki, que llevaron a su selección al tercer lugar de la Copa jugada en Francia. No sorprende, pero sí emociona, conmueve, porque el seleccionado conducido por Dalic reúne también a una generación de jugadores de excepción, comandada por el talentosísimo Luka Modric, esa cruza entre Wes Anderson y Tom Wolfe que se ha convertido en el mejor 5 y uno de los dos mejores 10 (junto con Hazard) del Mundial. Sin embargo, sería injusto reducir la épica croata a Modric y a su talento. Su estilo de juego revela una entrega incombustible que no se conforma con la virtuosismo, sino que persigue la gloria con aplomo. No otra cosa nos dice que en la semifinal, a falta de Modric y Rakitic, que cumplieron funciones más defensivas, los héroes hayan sido otros, Perisic y Mandzukic, dos gigantes que pelearon y patearon toda pelota que pasó por sus pies y no dejaron nunca de buscar la valla contraria hasta vencerla. Así llegaron los dos goles de la remontada. Así se consumó la enésima resurrección croata, ese arte que también practican con los pies.