Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
  • Actualizado 00:01

OJO DE  VIDRIO

El medio ambiente

El medio ambiente
Es curioso ver qué defienden algunos ambientalistas, cómodamente apoltronados en la cultura urbana, tan sin mosquitos, moscas, escarabajos, sapos y ranas, y sobre todo tan desinfectada de bacterias y virus. El medio ambiente que ellos defienden es una proyección humana de lo que quisiéramos que fuera la naturaleza y no lo que realmente es.

Como muestra, a los actores de la guerrilla de Teoponte los mató el cerco militar, que no dejó escape posible para conseguir alimento, pero los devoró la naturaleza con sus boros, sus mosquitos, sus lluvias eternas y sus penurias que acosan día y noche, y tan solo les dio raíces para que comieran y se arruinaran el estómago. Esa naturaleza rumorosa los acosaba no con fieras, que al final las hubieran cazado y comido, sino con microorganismos o con insectos que penetran la piel y ahuevan debajo de ella y pudren los músculos. Eso y la falta de comida producto del cerco militar los mató, y las unidades militares, que tenían órdenes estrictas de no dejar un solo prisionero, se encargó de cazarlos, no de matarlos, porque no se registró ni un solo combate planificado por el estado mayor guerrillero, pero sí cazadores y cazados, pues los militares salían a diario a la caza de guerrilleros.

Hasta fines de los 60, quizá más, Cochabamba estaba llena de sapos, ranas e insectos. Bastaba encender un foco para ver la magnitud de waca wacas, loritos, moscas y mosquitos que pululaban, y detrás de ellos sus eternos cazadores, los sapos con sus lenguas retráctiles y naranjas, que devoraban loritos, moscas y mosquitos, pero las waca wacas se cobraban esas víctimas porque usaban sus patas afiladas y sus cuernos para luchar por su vida; y alguna vez vi una waca waca montada en un sapo, que ejecutaba una cabalgata siniestra mientras hundía sus espuelas en la espalda arrugada del batracio. Aún más: conocí a un buen amigo que se comía vivas a las waca wacas que aterrizaban en su mesa bien provista de cerveza. ¡A chupar con su plata! Pero un día vi el circuito Alalay ya asfaltado y repleto de sapos atropellados que salían a la laguna a hacerse matar con los coches. Junto a mi casa había una granja de sapas, porque el análisis de embarazo no había adelantado nada desde los tiempos de Hipócrates. La señora vendía sapas por docenas a los laboratoristas, que no me han de dejar mentir.

Pues bien, todo eso terminó y ahora vivimos en una ciudad con enfermedades urbanas, ya no rurales, mucho menos ambientalistas. Podemos vivir cómodos.