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  • Diario Digital | sábado, 20 de abril de 2024
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ICONOCLASIA

¿Quién suplantará a la mujer?

¿Quién suplantará a la mujer?
El pasado 8 de marzo se celebró el Día Internacional de la mujer, con tolerancia laboral incluida. No sé si muchas mujeres estén realmente interesadas en conocer los motivos históricos de esta conmemoración. Lo que sí parece evidente (trabajé muchos años en instituciones públicas y mis colegas féminas siempre me confiaban sus planes y programas para esas fechas tan especiales) es que casi todas ellas, aprovechan el asueto que se les concede, para despojarse, con inocultable alivio, del incómodo y pesado estereotipo de “mujer luchona, oficinista y trabajadora” que se les ha impuesto desde hace más de un siglo, y así, liberadas de tan molesto atuendo, retornar con fruición a su “habitus” natural: ir al salón de belleza, al shopping, o de vuelta al hogar, para cumplir roles tan nobles y tan injustamente postergados, como atender a los niños o preparar los alimentos. Las mujeres bendicen estas fechas especiales y sus tolerancias, no por su significación histórica, social o cultural, sino porque en días así, pueden retornar al lugar donde realmente quieren estar, pueden hacer aquello que realmente quieren hacer, pasar el tiempo con quienes aman de verdad. Vuelven a ser mujeres, lejos del odioso automatismo de una sociedad acelerada, hambrienta de burócratas, oficinistas y otros esclavos serviles a sus propósitos.

Lo que debería comprenderse es que las mujeres no están en vías de soltar amarras y de conquistar la inefable libertad de los mares, ni mucho menos. Contrariamente, desde que el feminismo hizo eco en la sociedad, padecen un proceso sublimado y encubierto de esclavización y sometimiento, fundado en formas sutiles y perversas, como la imposición de estereotipos ajenos a su naturaleza (“mujer valiente”, “mujer guerrera”, “mujer autosuficiente”) que las obliga a cumplir roles, en feroz competencia con los varones, en un irracional y descabellado teatro de la homogeneización. Este proceso llega al colmo cuando la mujer es inducida, incluso, a sacrificar funciones nobles, necesarias, naturales y sagradas, como la maternidad y la autoconservación de la especie, para satisfacer las exigencias de tales estereotipos, y así es empujada, por ejemplo, a rellenar los escritorios y los puestos de trabajo de una insaciable burocracia y un voraz aparato productivo, con el pretexto de estar ocupando, dizque, espacios de poder. ¿Será que es eso lo que realmente anhelan las mujeres? ¿Es su deseo, en verdad, abandonar a sus hijos, dejarlos en guarderías, y arruinarse la vida, deteriorando su salud y su equilibrio físico mental? Lógico, la sociedad impuso como deseables para las mujeres estos objetivos “laborales”, cuando la gran masa de varones autómatas ya no resultó suficiente para llenar su vientre pantagruélico. Y de forma irreflexiva o quizás deliberada, las feministas dieron pábulo a este perverso designio de la sociedad de consumo. Pero ¿desde cuándo roles naturales y sagrados como la maternidad, se volvieron cadenas de las que las mujeres deben liberarse a toda costa para llenar otras exigencias de la sociedad? ¿Cómo es que llegamos a esta grosera inversión de valores?

Pocas cosas parecen tan destructivas y nocivas para la sociedad, como la equiparación de roles entre el hombre y la mujer. La mujer, aunque pese a muchos, o a muchas, está diseñada para conservar la especie, para perpetuarla y prolongarla. Por eso, resulta estrambótico que el feminismo y otros extravíos similares, inflen sus banderas con lemas que pintan a las mujeres con adjetivos que repelen su esencial y noble naturaleza. No hace falta siquiera citar ejemplos. ¿Nos preguntamos todavía por los motivos o las causas que han detonado en la crisis de la familia, como núcleo de nuestras sociedades? ¿Acaso no nos percatamos que dicha crisis empezó cuando la mujer dejó de cumplir sus roles esenciales, sagrados e insustituibles en el hogar?

Una cuestión fundamental será el parteaguas de la historia en este nuevo siglo. La mujer, así como antes la religión y la moral tradicional, está en vías de extinción. Me refiero a la mujer en cuanto portadora de un rol esencial y natural para la sociedad. Estamos perdiendo a la mujer, como antes perdimos a Dios; nos está siendo escamoteada por los desvaríos feministas que quieren asimilar su función a la de los varones. ¿Quién suplantará, entonces, a la mujer?