Opinión Bolivia

  • Diario Digital | martes, 23 de abril de 2024
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TEXTUAL

La Pietà de Tiquipaya

La Pietà de Tiquipaya
Desde la lejanía aparenta ser la Pietà, aquella talla de Miguel Ángel, pero esta, esculpida toscamente en tierra húmeda color barro ocre. A medida que uno apresura los pasos en medio de piedras y grandes charcos de agua y se acerca a aquel bulto encorvado, la escultura cobra vida real y no hay duda alguna que se trata de la Dolorosa. Pero esta misma tiene la mirada perdida, vidriosamente rojiza; angustia en sus pupilas. Profundas arrugas en todo el rostro, manchas protervas de los años en sus manos y venas violáceas en alto relieve son los testimonios de su edad. Dirán de ella, con eufemismo estúpido, que es de la tercera edad, no, es anciana, vieja, añeja, en la que se ha radicado de sopetón la pena, el miedo y el estupor, desgracias estas que se hallan cubiertas por una frazada incolora, húmeda, que cubre parte de su anatomía.

Sus brazos caídos al regazo acunan lo que otrora fuera una pollera que semeja un cuerpo moribundo, sus dedos aprisionan, con tenaz porfía, un par de cucharillas. Son el último vestigio de sus tesoros terrenales, todo lo demás está perdido.

El techo de calamina, la gallina y la garrafa son ahora objetos esparcidos en medio del lodo. La cocina, el cuaderno en el que constaba los teléfonos de los hijos ausente y la radio que le hacía compañía han desaparecido para siempre arrastradas por la mazamorra súbita de las horas vespertinas. Y, ahí está ella, indiferente al medio, en espera de nada, murmurando para sí una especie de responso, acompañado del jugo de la coca, hoja sagrada que nunca predijo su destino.

Ante esta personificación de las Angustias, nadie repara su presencia. Unos jovencitos se disputan un celular y el derecho de registrar otras escenas del desastre.

Más lejos, los camarógrafos hacen su tarea, entre las que no está registrar la congoja personal. La vicisitud interna de los réprobos no se puede retratar.

Casi de la nada surge la figura de un policía embarrado y con claras muestras de agotamiento de una jornada que jamás olvidará, se acerca a la anciana, algo le dice en quechua mientras se sienta al lado suyo y pone su brazo en los hombros de la anciana. Vieja y policía, llamémosle Juan, hacen el milagro de la salvación, de la esperanza y la solidaridad. Así como este Juan verde olivo, en otros parajes aledaños, hay otras almas benditas, voluntarios sacrificados, funcionarios, militares, curas y monjas, vecinos solidarios, gente que se apiada, reza, colecta, ayuda y cobija. También están presente los otros, hijos de mala madre, maleantes saqueadores, aprovechadores y oportunistas.

Es la mala hora, no solamente causada por la furia de la naturaleza, sino por aquellos que por acciones u omisiones vulneraron el estado de naturaleza. Habrá un día que serán señalados por el dedo de la justicia.

Ante la inmensidad del desastre no podía faltar la inoportuna y engañosa arenga de su Excelencia, pidiendo a la oposición –exclusivamente a la oposición -a no politizar los desastres naturales, cuando aún resuene fresco y latente el chantaje político expresado en una situación similar: “Evo cumple, Tupiza no cumple”.