Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 25 de abril de 2024
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PUNTO BO

#Fuerza Tiquipaya

#Fuerza Tiquipaya
Llegué aquí en un momento en que mi vida necesitaba un cambio importante. La casa estaba deshabitada y había muchos arreglos por hacer. Lo tomé como un desafío personal y de a poco empezamos paso a paso. Una planta aquí, un cuadro allá, juntando pesos para las mejoras que iban llegando. Sin querer, terminé viviendo en Tiquipaya en una especie de retiro espiritual permanente entre horneros, colibríes, abejas y una fascinante sensación de silencio y de lejanía. Al respecto, me dicen que vivo lejos y esa es la idea, aunque use mi frase de vendedor inmobiliario de que estoy “a solo 15 minutos de la ciudad”. Lejos de marchas, bloqueos, petardos, discotecas, en fin. Por lo mismo, varias veces ha surgido la posibilidad de vivir en otra ciudad buscando mejores oportunidades laborales, pero creo que todo se trata de qué buscamos en la vida y lo más importante ya lo tengo aquí

Aquí he conocido personas como Pocho, que vive en una preciosa casa de campo rodeada de árboles de manzana, colegios como Kusikuna que está transformando la educación. Imagina que lo primero que ves al entrar es un huerto de y para los estudiantes. También lugares como el Molino de Pihusi que ha sabido adaptar una casona antigua y convertirla en un espacio para alimentar el cuerpo y el espíritu en medio del campo. En Tiquipaya descubrí el olor de la tierra cuando llueve. Descubrí que cada tarde una señora octogenaria conduce a su séquito de vacas por plena avenida Reducto hasta una granja cercana ayudada por unos fieles y efectivos perros. Por supuesto, corta el tráfico durante 15 minutos, pero ya estamos acostumbrados y le agradecemos el espectáculo

Este pequeño paraíso se ha vuelto en un infierno no de fuego, sino con agua. El placebo moral en redes sociales señalan a los culpables de siempre: deforestación, incendios y erosión. La terrible combinación de precariedad, loteamiento ilegal y corrupción municipal han sido los ingredientes adicionales en esta dantesca escena. Todas las muestras de solidaridad son infinitamente agradecidas, deseando desde el Darma que sean devueltas y multiplicadas. Tiquipaya florecerá nuevamente.
Desde hace siglos, la mirada religiosa nos dice que somos “amos de la tierra”, cuando en realidad solo somos inquilinos. Estamos de paso en este planeta, somos viajeros hospedados en este cuerpo y en este lugar, donde, al igual que en un hotel, si rompes algo, lo pagas. La factura llega tarde o temprano. Hay que pensarnos fuera de un modelo voraz que lucra con la tierra sin medir sus consecuencias en nombre del progreso. Este suceso debe quedar en nuestras conciencias como resultado de una cultura altamente permisiva con los “arreglos administrativos” a cualquier trámite. No hay amnistía de construcción que vaya a devolver la vida a nuestros vecinos.