Opinión Bolivia

  • Diario Digital | martes, 19 de marzo de 2024
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PEZ ESPADA

Sobre cholos e indios

Sobre cholos e indios
Entre los 7 pecados capitales de Dante, la ira es un sentimiento desordenado e incontrolado de molestia, enojo y odio. Y no existe mayor demostración de odio que la denigración y persecución de un semejante por cuestiones de piel.

Obviando que Colón en su ignorancia pensó que había llegado a la India en lugar de América y llamó a los nativos “indios”, aspecto que hasta nuestros días se usa de manera peyorativa, la colonización española implementó la clasificación y estratificación de la población en razas o castas que conformaron un sistema colonial racista.

Esta categorización fue una reproducción de la doctrina de limpieza de sangre que se sostenía en la España del siglo XVI. En América Latina, este sistema mutó a una relación de poder ubicando al hombre blanco en la punta de la pirámide y a la mujer, afro o indígena, en la base. Este sistema racista estableció un orden jerárquico que justifique el sometimiento, opresión, ignorancia y dependencia de un grupo humano por otro dominante para que conserve su poder y privilegios.

Bajo el espejismo de “el otro”, el diferente, se permitió la segregación, discriminación, expulsión e incluso el exterminio. En ciertos espacios elitistas de la high society (alta sociedad) de nuestro país sigue siendo inadmisible el ingreso de personas pertenecientes a grupos étnicos porque deberían seguir siendo imágenes inertes para postales que tanto les gustan a los extranjeros. Se conserva el primitivo criterio de la superioridad intelectual y moral de una raza sobre otra; donde es inadmisible que un indígena sepa más que un blanco. Se ha creado el estereotipo del hombre de campo pobre, tonto y sucio, mientras que el hombre de la ciudad es intelectual, próspero y empresario lleno de virtudes.

La actitud provinciana del sutil microrracismo aparece en expresiones como "Yo no soy racista, pero...", o a través de chistes aparentemente inofensivos contra los “cholos” demuestran que la ignorancia aún persiste como llaga putrefacta que no tiene cura. El resentimiento, el desesperado intento de negar las raíces indígenas que llevamos todos para humillar a un similar, no es otra cosa que una burda pretensión de olvido de dónde provenimos, cómo apellidamos, cómo hablamos, cómo nos vestimos y quiénes somos. La raíz es la misma, aunque a muchos les duela.