Opinión Bolivia

  • Diario Digital | martes, 23 de abril de 2024
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“Shhhh”

“Shhhh”
En 1952, el compositor musical John Cage presentó su obra llamada 4′33″, una pieza que puede ser interpretada por cualquier instrumento, y que, en esencia, consiste en 4 minutos y 33 segundos de silencio. Pareciera un guiño de sarcasmo a la formalidad de la música cuando en realidad se trata de un tributo al silencio como parte fundamental del sonido.

En el otro extremo, la NASA ha estado experimentado desde años con una cámara anecoica (una cabina que absorbe el 99.99 por ciento de ruido del ambiente) para analizar las reacciones de los candidatos al espacio. Nadie logró pasar más de 45 minutos en esta cabina conocida como el lugar más silencioso del mundo. Los rasgos de una posible inestabilidad mental aparecen tras esta cantidad de tiempo.

El silencio no forma parte de nuestra cultura, le tenemos miedo, lo llenamos constantemente. Estudiar o trabajar escuchando música es un inicio pero de ahí, un paso a prender el parlante a todo volumen escupiendo reguetón para anunciar las ofertas de una tienda (punto extra si contratas un animador). Por supuesto, quien escucha música a todo volumen desde su teléfono en un minibús (punto extra si es un parlante HDMI). Por supuesto, la infaltable bocina en la calle para “apurar” al microsegundo que el semáforo cambió a verde. Y cuanto local que recurre a las “amplificaciones” o “grupos en vivo” para animar a sus comensales. Ojo, no estoy en contra de la música, los que me conocen de cerca saben que soy un melómano en ciernes, pero que de pronto, un boliche decida convertir su jardín en un concierto de cumbia un martes en la tarde, merece repensar el lugar que ocupa el silencio en nuestra sociedad.

La Ley 1333 de Medio Ambiente de Bolivia regula la emisión de decibeles (dB), de tal manera que se permiten 68 dB de día y 65 dB de noche. Una conversación normal está en 60 dB aproximadamente. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), las emisiones de dB por encima de los 70 se tornan molestas y arriba de 90 se vuelven perjudiciales. Algunos indicadores para entender esta relación: el nivel de ruido en una casa llega a los 40 dB, un micro acelerando puede llegar a los 90 dB, una discoteca alcanza los 120 dB, casi como un avión despegando que llega a 140 dB. Cada municipio se encarga de fiscalizar este hecho. En el caso de Cochabamba, existe una Ley Municipal de Gestión en la Reducción de Contaminación Atmosférica. El ruido es tan dañino como el humo negro que emite el transporte. Limpiar el ambiente también involucra con crear cultura de silencio. Puedes empezar en tu propia casa, apagando esa TV de fondo que nadie ve, bajando el volumen al entorno y aprendiendo a disfrutar del silencio como un espacio para la reflexión y el análisis. Un proverbio árabe reza “no hables si lo que vas a decir no es más hermoso que el silencio”.