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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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SERENDIPIA

Cuando encuentras al tío

Cuando encuentras al tío
¿El cuento del tío a mí? Imposible. Tengo claro en mi radar todas las posibles formas de robar o estafar. A mí no me pasará. Seguramente, así piensan muchas personas al leer esta columna. Yo lo hacía hasta hace algunos días cuando, más allá de robarme artículos de valor, me robaron la autoestima y la seguridad. Como miles de personas, también me encontré al tío.

Una llamada telefónica preguntando por mi madre, fallecida ya hace varios años, consiguió sorprenderme. Por varios segundos intenté recordar y reconocer al supuesto primo que me llamó desde Argentina. Afortunadamente, no tuve primos en Argentina y entendí que el avezado recurrió a la desactualizada guía telefónica. Más sorprendida quedó la dueña de un negocio, cuyo supuesto sobrino pudo incluso identificarse con un particular apodo. El “modus operandi” fue casi perfecto. Llamaron a su casa primero. La trabajadora del hogar que respondió, al escuchar: “Habla el sobrino de la señora”, rápidamente dijo: “Joven Pocho, ¿cómo estas?. La señora está en la tienda”. Obviamente, el delincuente pidió el número de la tienda y pudo llamar para decir: “Tía, habla Pocho”. El resto de la historia pueden imaginarla.

Pero vuelvo a mi tío. Al que sí consiguió hacerme sentir como un ingenuo. No relataré los detalles. Les diré que fueron segundos que derivaron en un vacío enorme. Mi primera llamada para contar lo sucedido fue para decir que caí en el cuento del tío. Como lo leen, me robaron en segundos. Los tíos existen aún para los que creemos que lo del tío es para otra gente. Imagino que el policía al que me acerqué para decirle que me robaron se ríe cada día pensando en mi cara. Como en la de muchos otros. Todos ingenuos.

Pero los tíos no solo te llaman por teléfono o se te acercan en la calle. Mi otro tío me prometió el cambio y me robó descaradamente. El vacío es el mismo. La sensación del engaño y el robo se siente igual, o casi igual. En 2005, caí en una trampa. Como ese ladrón que tiene como cómplices a vendedores callejeros y librecambistas; aquel por el que votamos también tiene muchos cómplices que, por temor o por presión, terminan cediendo y dándole gusto. Lo más grave de todo es que no solo me engañaron a mí y a mis contemporáneos, sino arruinaron a generaciones venideras y a todo un país.