Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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Octubre, otra vez

Octubre, otra vez
La semana pasada, en esta columna me ocupé de puntualizar ciertos acontecimientos sucedidos en los idus de octubre, los cuales, de diferente manera e intensidad, influyeron en la historia mundialmente, o se anclaron solamente en nuestro territorio. Puntualizar tales hechos acaecidos en el intervalo del décimo mes del año no presupone signarle a este periodo calendario un hálito particular y menos señalarlo como fasto o nefasto. Se trata simplemente de coincidencias  en una larga travesía. Pero, ¿quién  sabe?
En estos casos, la sabiduría gallega quizás se impone: no creo en brujas, pero de que las hay, las hay. Para dar punto final a mi crónica anterior, no obstante de que queda mucho más en el tintero, no puedo dejar de referirme a un hecho que laceró el espíritu de hombres y mujeres justas y ecuánimes; bien nacidos es el término. 
Recordemos que el 12 de octubre de 2013 se perpetró la inmolación de un ciudadano ejemplar en toda la extensión de la palabra. No fueron hordas descontroladas, agrupamientos amorfos o delincuenciales que motivaron la flagelación y su muerte, sino un Órgano del poder del Estado y sus operadores, precisamente de aquel llamado a impartir justicia ecuánime y pronta. Tal Órgano, carente de toda independencia y dignidad, digitado y controlado por un poder omnímodo y constituido mediante  un absurdo e incomprensible sistema electoral,  tal día nefando fue literalmente ajusticiado sin condena alguna. Hablamos de José María Bacovic Turigas, Mediaron para ello más de 70 demandas judiciales entendidas en cuatro distritos judiciales y bajo la premisa ilegítima e ilegal de presunción de culpabilidad. Qué horror.
Bacovic Turigas no se amedrentó frente a las acciones en su contra. Al contrario, las enfrentó con todas sus fuerzas, dando la cara valientemente, consumiendo la poca fortuna acumulada, presentando batalla en cada circunstancia y entregando, al pie de la letra, su postrer aliento. Pudo dejar el país, escudarse justificadamente en la ausencia de garantías, en la persecución sañuda que se ejercitaba contra su persona. No lo hizo, en la convicción íntima de no haber cometido delito alguno en el ejercicio de un cargo público que desempeñó encuadrando sus actos a la ley.
Si de culpas se trata, Bacovic tenía en su haber aquellas que, en medio de la mediocracia imperante, constituyen verdaderos ilícitos: capacidad y preparación académica suficientes, avaladas y documentadas; desempeño inmaculado de funciones públicas y privadas; idoneidad en el desempeño de sus labores; firme convicción de que las obras a emprenderse solo son realizables con el concurso y la participación de otros hombres impregnados de los mismos ideales; militancia inclaudicable de respeto a los valores humanos.
A cuatro años de esta ignominia, es un imperativo honrar su memoria, pero eso no es suficiente. Es preciso condenar a cada instante los actos de injusticia y de prevaricación, desvelar toda gestión encaminada a encubrir la corrupción y  maniobra que trastoque los principios fundamentales de una sociedad que ansía y anhela vivir en un Estado de derecho. Solo de esa manera decidida podemos  levantar el nombre de ese insigne ciudadano y seguir su huella, sin arrastrar en el alma la vergüenza del silencio cómplice, tan cercana a la cobardía.