Opinión Bolivia

  • Diario Digital | martes, 23 de abril de 2024
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EL CÁLIZ Y LA ESPADA

Tu envidia es mi progreso

Tu envidia es mi progreso
Hace poco tiempo atrás un querido amigo me contaba sus anécdotas laborales en el campo del desarrollo sostenible en el altiplano, particularmente en territorio del lago Titicaca.
Una de ellas me dejó fulminada. Se trataba de un joven emprendedor y entusiasta comunario que se le ocurrió solicitar financiamiento de la cooperación para montar un criadero de “ispis”. El proyecto piloto fue un éxito total, incluso ya se tenía un mercado asegurado para el producto, cuando de repente mi amigo recibió una llamada funesta: al criadero le habían arrojado lavandina ¿quién? Una pariente cercana que en una manifestación primitiva de maldad y envidia no pudo soportar el éxito y la alegría de aquel joven y acabó en un solo acto con ambos

Más allá que el relato trizó mi alma y melló mis románticas concepciones sobre la reciprocidad y redistribución andina. La verdad de la milanesa es que me recordó al magistral ensayo sobre la envidia de Fernando Savater. Bien decía el filósofo que la envidia es la tristeza ante el bien ajeno, ese no poder soportar que al otro le vaya bien, ambicionar sus goces y posesiones, es también desear que el otro no disfrute de lo que tiene.
¿Qué anhela el envidioso? El despojo del otro, que ese ya no posea más lo que tiene. Es un pecado profundamente insolidario, que también tortura y maltrata al propio pecador. Podemos aventurar decía, muy generosamente Savater, que el envidioso es más desdichado que malo.
Yendo al terruño; se dice que el cochabambino es envidioso por naturaleza, pero el camba ¿no lo es? Difícil y equivocado es generalizar, pero tienta poner en sacos distintos a unos y a otros; y frente a una envidia más saludable, productiva y eficiente del camba (si puede existir tal), la envidia del valluno está decididamente atravesada por abundantes raciones de maldad pura.  
El qhochala es incapaz de sufrir en silencio y mansamente su infortunio, él ejecuta su deseo de hacer mal al otro. ¿Cómo lo hace? A través de la difamación, la traición, la intriga y el oportunismo ladino y mezquino, oculto siempre bajo la tutela del anonimato y de la cobardía que no pone nombre al injuriado ¿Familiar? Por supuesto, ¿quien no ha visto o sufrido por estos pagos el látigo vernacular de la envidia? Si la vemos circular raudamente en las cuentas falsas del face, en los memes, en los pasquines.
Sin embargo, y a contrapelo de lo expuesto, Savater también considera que algo bueno puede resultar de su carácter vigilante cuando se constituye en elemento fundamental para mantener la igualdad y el funcionamiento democrático. Montaigne, Borges y Cabrera Infante respaldan su propuesta, al igual que los teóricos de la igualdad como Rousseau, Rawls y Sen. Frente al más fuerte, el más hábil, el más ingenioso se erige el control de la envidia para evitar que aquellos retengan más derechos que otros y nivelar la igualdad social. Incluso los antagonistas a las teorías igualitarias consideran óptima una sociedad donde no se permita que la élite dirigente se acuartele en privilegios acumulados, y donde los menos favorecidos no tengan obstáculos para lograr la movilidad social deseada. En fin, la idea parece apuntar a una organización social más equitativa y menos salvaje donde la envidia insana que arroja lavandina a los éxitos del otro aun a costa de su propio fracaso, se trueque más bien en oportunidades para el menos afortunado, es decir, para el envidioso.