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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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Tablada, el barrio argentino donde las balas ya no hacen ruido

Tablada, el barrio argentino donde las balas ya no hacen ruido

El origen del barrio, como tantos otros en Rosario, está vinculado al desarrollo productivo. En las “las tabladas” se ponía el ganado que bajaba del ferrocarril a la espera del traslado al matadero. La costumbre popular bautizó con ese término a un amplio conjunto de calles de la zona sur de la ciudad de Rosario. Hoy, esas mismas cuadras son sinónimo de sangre y violencia. El barrio quedó bajo la línea de fuego en la disputa por ampliar las ganancias económicas de la venta de droga.
La vida comercial, el trabajo a destajo de sus habitantes y los esfuerzos colectivos por mejorar las condiciones de vida siguen siendo un rasgo identitario del lugar. Tablada son sus fábricas, sus espacios verdes, sus escuelas públicas y sus clubes, como el populoso Central Córdoba, el orgullo deportivo de muchos vecinos.
Pero el avance de la droga, un fenómeno que empezó décadas atrás, transformó la fisonomía del barrio. En la otra cara de Tablada hay búnkeres, soldaditos, tiroteos y crímenes por encargo. Las muertes ya no asombran, ni conmocionan como antes. Se naturalizaron. “Te terminás acostumbrando al ruido de las balas”, cuentan resignados sus moradores.
El viernes, antes del amanecer, un muchacho murió y otro resultó herido al ser atacados a balazos por personas que se desplazaban en una moto. La víctima fue identificada como Carlos Fabián Armanino, de 27 años. Su compañero, de 19, tuvo que ser hospitalizado

En el bucle de violencia, un homicidio tapa al anterior. El triple crimen con sello mafioso perpetrado semanas atrás ya no es tema de conversación en el barrio. La noche del 22 de marzo, un auto se acercó a un domicilio de Colón al 3800. Dos personas bajaron y rompieron el cerrojo de una de las puertas con una patada. Luego, acribillaron a Rodolfo Palavecino (42 años), Marcelo González (45) y Fabrizio Heredia (38). El caso está siendo investigado como un ajuste de cuentas ligado a la venta de droga.
La violencia, puntualizan los vecinos, recrudeció en medio de la guerra entre Los Funes y Los Camino, dos grupos que desataron una cacería por el control del narcomenudeo.Tablada, barrio Municipal y Mercado son el epicentro de la disputa. Las voces del barrio ubican a Armanino, la última víctima, del lado de Los Funes.
La imposibilidad de una convivencia pacífica quedó expuesta con crudeza a principio de año, cuando un grupo de docentes decidió organizar un festival para mostrar la imagen más sana del lugar. Padres y alumnos se juntaron para disfrutar de una tarde de música. La actividad se suspendió de forma abrupta por un tiroteo a menos de cien metros de donde se desarrollaba el evento

El jueves a la tarde, Alan Ezequiel Pedraza, de 21 años, conocido bajo el apodo de “Garrafa”, salió del barrio con dirección al estadio de Rosario Central. Tenía entrada para ver el debut de su equipo en la Copa Sudamericana, ante San Pablo de Brasil. Nunca regresó.
A la madrugada, en medio de la desesperación de sus padres, la familia recibió un llamado telefónico. “Andá a llevarle flores”, dijo una voz anónima del otro lado de la línea. El mal presagio se confirmó al día siguiente, cuando la Policía encontró un cadáver en un camino rural de Ibarlucea, a 20 kilómetros de Rosario.
Pedraza, de acuerdo a las pericias, había recibido más de veinte impactos de bala. Se cree que utilizaron una ametralladora para ejecutarlo.
En ese mismo camino, en junio de 2016 asesinaron al barrabrava de Central Mario “Gringo” Visconti (37), quien había estado detenido en una causa por drogas.
Por su parte, a José Eduardo Pérez(37) lo mataron el 5 de abril último en la esquina de Garibaldi y Colón. Le dispararon desde un auto en movimiento. El hombre, padre de dos hijas y chofer de camiones, salió a la calle por un apagón que dejó sin luz a varias cuadras. Su familia está convencida que las balas no eran para él. “Dispararon sin mirar para dónde, acá la vida no vale nada”, advirtieron.
Federico Ayala (22) encontró la muerte en la puerta del templo evangélico en el que estaba viviendo. Había pedido una cucheta para enderezar el rumbo de su vida. También había retomado los estudios en el Bachillerato Popular de Tablada. La noche del 25 de marzo fue sorprendido por dos encapuchados. Uno de ellos se bajó de la moto y le disparó tres tiros en el pecho antes de escapar con su cómplice.
“Había encontrado un espacio donde se sentía contenido. Es muy difícil que los alumnos que recién ingresan participen y no falten. Federico era un ejemplo de un chico que quería hacer otra cosa con su vida. Los pibes saben que estas cosas pasan en el barrio pero es un golpe durísimo para todos nosotros”, contó compungida Laura Venturini, una de las profesoras del Bachillerato.
Los plomos nunca dejan de repicar en Tablada. Días atrás, un joven de 24 años recibió una ráfaga de cinco disparos. Dos proyectiles impactaron en el abdomen, dos en los brazos y el restante en una pierna. El caso llegó a los medios de comunicación porque tres horas más tarde, a unas cinco cuadras de allí, otro adolescente fue baleado por dos motociclistas en venganza por ese ataque. Ambos permanecen internados.