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  • Diario Digital | jueves, 25 de abril de 2024
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Hera en las Indias (III)

Hera en las Indias (III)
Para concluir la presente zaga sobre la presencia en tierras indianas de Hera, también llamada Juno por la mitología latina y, que fungía como diosa del lecho conyugal y consiguientemente de la fertilidad, me refiero a una serie de cartas de idas y venidas de los años 1582 al 84, escritas por un rico encomendero a su hija, exigiendo su presencia en estos lares, dado que la niña, ya en edad de merecer, se halla al cuidado de unos tíos a los que su difunta esposa había encomendado; a tales parientes Ramírez Bravo envió religiosamente marcos de plata para la atención de la moza y que, seguramente a fin de no perder tal mesada, influían negativa para trasladarse al nuevo mundo, provocando la ira del padre que en su última misiva, la conmina: “so pena de mi maldición y que en mí no tendrás padre, y ni yo te llamaré mi hija, que vista esta y entendido mi voluntad, te vengas a esta tierra”; pero a reglón seguido suaviza las amenazas y le promete fortuna inmensa, con negros y negras a su servicio y que no hará nada fuera de tejer, rezar y estar en compañía de vecinas de buen rango, más aún, cosa insólita para la época, le hace saber que él tiene visto tres varones para su esposo, debiendo ella elegir el hombre con el que se halle contenta y le de honra. En prueba de lo que le promete se hará realidad, como anticipo, envía a su cuidador una considerable suma de dinero para preparar el viaje de la casadera; la carta en cuestión puntualiza que la ropa femenina debe ser de seda, terciopelo y raso de los colores que la agraciada escoja lucir. Para el viaje recomienda se la vista de grana, barquiñas y turcas, mantos de seda, ”finos chapines de terciopelo, sombrero de tafetán “ y otras linduras por el estilo, que a mi no me dicen nada sino fuera porque el padre, anota que tiene que verse “aderezada y galana, porque acá digo que tiene fama de hermosa, y ha de haber muchos a la mira”. Luego, la carta hace mayores precisiones, pues quiere que su nena lleve una cadena con el símbolo del “agnus dei , sortijas pulidas y un diamante porque aquí no los hay”, además de zarcillos y otros abalorios. El nuevo rico, recomienda no olvidar otros muebles y enseres, como ser petacas y sillas y un etcétera muy largo; y, por supuesto, velando por su seguridad mandará que sea acompañada en la travesía por una mujer más vieja que moza, pero honrada y un guardaespaldas que cuide a ambas, a quien se pagaría sus servicios consistentes en quinientos pesos, apenas salten a tierra, y, si este decide quedarse en las tierras nuevas “le dará buen acomodo”.

Esta historia queda trunca, porque nunca sabremos cuál fue la decisión de la hija, si llegó a tierras americanas, quién fue el novio elegido; lo único evidente es que la carta existe y como ella hay miles más, pero no todas hablan de riquezas y promisorio futuro, también de soledad, enfermedad y muerte, hechos que en estos lares también acontecían muy a menudo. Una nota manuscrita dice “a nadie escribo, pues nadie tiene de mi memoria” y otra, tan lacónicamente elocuente expresa que a su muerte deseara que haya alguien “que me dé un jarro de agua” u otra “a misa me llevan cargado en una hamaca, cuatro o cinco hombres”.