Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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20 años de reedificación tras el derrumbe del “silencio”

Cine /// Este año se cumplen dos décadas del estreno de “El día en que murió el silencio”.
20 años de reedificación tras el derrumbe del “silencio”


A las 00:40 horas del 22 de mayo de 1998, el Valle Alto cochabambino sufrió un terremoto de proporciones históricas y que devastó, principalmente, los municipios de Aiquile, Mizque y Totora. El movimiento de tierra es considerado el más trágico del siglo XX en Bolivia, dejando un saldo lamentable de 124 muertos.

Las localidades más afectadas fueron Aiquile y Totora, pueblos de tradición colonial, que a consecuencia del sismo perdieron el 80 por ciento de su infraestructura y fueron prácticamente reedificados en los años posteriores. La devastación fue tal, que el 23 de mayo se declaró duelo nacional por tres días.

El mismo año, después de la tragedia, las salas de cine de todo el país proyectaban imágenes de uno de los pueblos afectados, Totora, que tras haber perdido gran parte de su particular arquitectura, invitaba a la población no solo a ver cómo había sido aquel pueblo antes del terremoto, sino también a reir un poco a pesar de la tragedia y del duelo, que aún estaba fresco. Se trataba de la película de Paolo Agazzi “El día que murió el silencio”, que este 2018 cumple 20 años desde su estreno.

Para una Bolivia unida por el duelo, fue altamente emotivo disfrutar de una comedia familiar, filmada solo poco tiempo antes de todo el paisaje urbano fuera modificado por el derrumbe de prácticamente todas las viviendas y edificaciones de la población.

Los municipios del Conosur cochabambino salieron adelante después de la tragedia, con el apoyo de todo el país, pero 1998 marcó un antes y un después en el imaginario de todos aquellos que vivieron, de cerca o de lejos, aquel sismo.

“El día que murió el silencio”, de cierta manera, refleja también derrumbes de ciertas estructuras de antaño, principalmente sociales, ante la llegada de nuevas tendencias. La historia se desarrolla en la localidad ficticia de Villaserena, ambientada en los primeros años de la segunda mitad del siglo XX, un pueblo con su rutina tradicional y sus relaciones marcadas, que son alteradas con la repentina llegada de Abelardo (Darío Grandinetti), un empresario argentino que instala la primera radio-difusora del pueblo.

A través de altoparlantes, se empieza a transmitir música, publicidad y mensajes públicos. Esto altera la serenidad tradicional de Villaserena, y genera disputas entre los habitantes. Un escritor, Oscar (Gustavo Angarita), se convierte en el principal antagonista de Abelardo, ya que, para que su escritura fluya, el sonido de la lluvia es tan fundamental que se ha desarrollado métodos artificiales para conseguirlo. Evidentemente la radio no beneficia su oficio.

Es solo un hecho de justicia poética, o una simple coincidencia, que la película refleje la devastación tras el movimiento de estructuras sociales, en un pueblo que, poco después de la filmación de la cinta, tuvo que ser reconstruido de cara a su ingreso al siglo XXI.

“El día que murió el silencio” tiene además el mérito histórico de haber sido la primera película boliviana grabada con sonido Dolby Digital, abriendo el cine boliviano a nuevas tecnologías, y derrumbando algunas técnicas más tradicionales en la filmación.