Opinión Bolivia

  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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MIRADAS ANTROPOLÓGICAS

¿Turismo o integración?

¿Turismo o integración?
Si consideramos que el turismo es un fenómeno social, también tendríamos que considerar que, intrínsecamente, existen situaciones de relaciones interculturales, debido a que el turismo es un encuentro y desencuentro entre culturas diferentes. En ese entendido, nos preguntamos si habrá aceptación de la alteridad, o estará marcado por actitudes etnocéntricas, heteronormativas, etc. Habrá que preguntarse cuál es la mirada que tiene el turista, si busca encontrarse con una exhibición viviente, o con el buen salvaje y el puesto de comida barata y exótica. Preguntarse también, si el lugareño está dispuesto a establecer un diálogo positivo de saberes con el visitante, o solo significa un generador de recursos económicos.

Dos posturas debaten al respecto. Una que señala que el turismo genera relaciones interculturales, cuya práctica significa un diálogo y enriquecimiento mutuo y puede contribuir al entendimiento de los pueblos. Desde la otra postura, que es crítica, se busca ahondar en la lógica conflictiva de las relaciones sociales, políticas e ideológicas que se expresan en el hecho turístico, pues este constituye un fenómeno que conduce, supuestamente, a la aculturación, alienación y desestructuración social de las comunidades receptoras, ya que reciben un flujo continuo y sostenido de personas de diferentes culturas. Sin embargo, quien no sufre aculturación es el turista, debido a su permanencia muy breve y esquiva en las poblaciones receptoras.

La aculturación que genera el turismo provoca un encuentro casi siempre asimétrico entre culturas, pues las culturas receptoras son las que sufren un mayor impacto debido a que se encuentran en desigualdad de condiciones frente a las agresiones del poder, no solo económicas, sino, además, ideológicas y simbólicas que justifican la irrupción turística. Un ejemplo de ello son las campañas publicitarias de las empresas operadoras, que promueven posturas etnocéntricas, discriminatorias y racistas, pues las culturas lugareñas son presentadas como objetos exóticos o folclóricos. Su cultura y su patrimonio se transforman en mercancía y sus pueblos son museos vivientes; pues, el interés de las empresas turísticas es la mayor rentabilidad y no se detienen en consideraciones éticas. Lo otro diferente, que escapa al mundo occidental, es promovido en forma caricaturesca. La diferencia es juzgada solo a través de los valores occidentales, de tal forma que, en lugar de encuentros interculturales, estas situaciones provocan que la brecha con el “otro” se ahonde aún más.

Ahora bien, el mundo sigue existiendo en su rica diversidad, pero esta nada tiene que ver con las imágenes ilusorias que construye el caleidoscopio de las políticas de turismo, que maquillan los rostros de la realidad para construir países de afiches y postales, que exotizan la diversidad y la diferencia, que hacen de la naturaleza, de los seres humanos, de sus culturas, de su patrimonio un producto, un atractivo, una mercancía a ser consumida. Esta mirada exótica, cosificante de la diversidad y la diferencia, desenmascara el imaginario del encuentro intercultural, pues deja en evidencia que existen profundas desigualdades y relaciones de poder. El turismo podría integrar a pueblos es una utopía.