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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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PARALAJES

Castigar a los médicos

Castigar a los médicos
No soy un fan dogmático de la medicina occidental moderna. A la par de muchos logros admirables, la medicina opera en un contexto civilizatorio poco conducente a la salud plena del ser humano. No se le puede exigir más de lo que se exige o se espera de la propia civilización. En esta imperfecta situación, los profesionales en salud hacen lo que pueden, y valoramos su, a menudo, sacrificada labor. Al mismo tiempo, estoy a favor del pluralismo y de que, por tanto, ni la medicina oficial, ni nadie, debería tener un monopolio sobre cómo se curan los miles de males que aquejan a la humanidad.

Este último mes hemos visto el grave conflicto entre médicos y Gobierno nacional a causa de un artículo en el Código Penal que sanciona la negligencia profesional, no solo médica, aunque, probablemente, con efectos más inmediatos sobre esta profesión. El enfoque de los legisladores es errado. La praxis médica está lejos de ser óptima en nuestro país y en el mundo. No existe un estándar único de cuidado de salud y, pese a la globalización, las diferencias tecnológicas y materiales son grandes. Vidas que pueden salvarse en un país, podrían perderse en otro. Procedimientos que son posibles en un lugar, no son posibles en otros, y dentro de una misma nación. Hay situaciones en las que aquello que es factible hoy, no lo era hace tan solo diez años. El tema es pues demasiado complejo como para legislarlo tan a la ligera.

Los errores médicos ocurren y son de índole muy diversa. Desafortunadamente no todos son evitables. En primer lugar, tenemos los casos de iatrogenia, que se dan cuando procedimientos terapéuticos ortodoxos, habituales, y aun necesarios, ocasionan daño en el paciente. Por ejemplo, la quimioterapia es un procedimiento agresivo y frecuentemente iatrogénico. La iatrogenia no ocurre a causa de la impericia del profesional, sino a pesar de ella. El descuido, la impericia, el cansancio pueden influir en la comisión de errores. Empero, el camino para disminuirlos no pasa por la penalización, sino más bien por adoptar un enfoque constructivo. Las soluciones tienen que ser sistémicas: los hospitales deben estar interconectados y compartir información y recursos esenciales entre sí; los procedimientos para las situaciones críticas deben estar estandarizados; se necesita más personal, con mayor capacitación y mejores salarios, etc. No hace falta decir que con presupuestos mezquinos, pese a la bonanza económica, nada de esto podrá lograrse.

La formación del médico es larga y ardua, particularmente la de aquellos que consiguen hacer alguna (sub)especialidad. La práctica de ciertas especialidades requiere un compromiso y un costo personal alto. Pero no por eso debemos considerar a los médicos como semidioses. El autoritarismo y arrogancia es reprochable, y es necesario que la cultura vaya generando un relacionamiento más horizontal entre médicos y pacientes, respetando la formación de los primeros, pero también las necesidades y los derechos de los pacientes. Lo que hace falta es empoderar a los pacientes, crear instancias a través de las cuales ellos puedan canalizar sus quejas y ser escuchados. Solo si todo esto ha sido logrado, puede tener sentido plantear una ley de negligencia médica. Países, con sistemas de salud bien organizados, adoptan leyes que amparan los derechos de los pacientes damnificados y sus familiares, pero por fuera del Código Penal. Los asuntos de daño por negligencia son resueltos por la vía civil. Es un síntoma preocupante que se instale en el ideario colectivo una sed punitiva. Bolivia sigue con enormes carencias institucionales y de infraestructura. Bajo tales circunstancias, de carencia de un Órgano Judicial idóneo (y ni se hable del sistema penitenciario que es una violación cotidiana de los DDHH), independiente, dotado de recursos humanos y materiales suficientes, buscar crear nuevos tipos penales es una flagrante injusticia.