Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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ICONOCLASIA

El “buen salvaje”

El “buen salvaje”
¡Quién dudará que cuando Evo Morales se encaramó por primera vez al poder, rodeado de una delirante y rocambolesca parafernalia andina originaria, en la que soplaban quenas, pututus y otros vientos ancestrales, muy pronto se granjeó un afecto y simpatía inusitados a escala internacional y mundial! De hecho, en Europa nuestro Presidente llegó a gozar de una excelente reputación. Como lo sentenció más de un analista, la imagen de un líder indígena entronizado en la silla presidencial representaba para el Viejo Continente el advenimiento mesiánico y contemporáneo del “buen salvaje” (en el sentido específicamente roussoniano), la concreción en la historia de una “utopía” emblemática del pensamiento ilustrado del siglo XVIII, inspirada por Rousseau. Evo Morales quizás llevaba nostalgia al Viejo Mundo, la dulce añoranza de un antiguo mito fuertemente enraizado en la cultura europea.

Sin embargo, ese halo de conmovedora extravagancia con que aparecía Evo a los ojos de los europeos poco a poco se fue desdibujando con sucesivos y fríos baños de realidad. La triste gira presidencial por Europa que recientemente culminó nuestro Mandatario terminó de sepultar su buena imagen y su reputación en ese continente. El “buen salvaje” no había sido tan bueno después de todo. Quizás Sócrates tenía más razón que Rousseau. No puede haber virtud moral sin inteligencia, sin noesis.

Produce bochorno escuchar los diálogos que sostiene nuestro Presidente con las cadenas de televisión europeas. Es imposible hacerlo sin que la sangre queme las mejillas, no por cólera o indignación (que también estarían justificadas), sino por pena y por vergüenza. Pero vergüenza ajena. Porque ya no aplica al caso el estribillo ese de que el Presidente hace quedar mal a todo el país. Hace quedar mal a su propia persona y al Gobierno que preside, pero ya no al país, porque el mundo sabe que Bolivia decidió que no quiere tenerlo como Presidente para el próximo periodo constitucional. Se entenderá entonces que los discursos vergonzosos que pronuncia, esos que reflejan tanta doble moral, hipocresía y embuste, ya no representan a todos los bolivianos.

En la reciente entrevista concedida a la BBC, Evo Morales afirmó que él no quiere ser reelegido, pero es el pueblo el que le ha impuesto la impronta de esa fatal estrella. Pero, ¿cuál es ese pueblo al que se refiere este Moisés contemporáneo, obligado así, a regañadientes, a conducir a su rebaño a la tierra prometida? Pues, el pueblo soberano, al que tanto apela Evo, ya le dijo que se vaya nomás a su casita, no de la plaza Murillo, sino de su natal Orinoca.

Si hemos de creer las palabras del propio Evo Morales, él es incapaz de gobernar o de conducir a una nación. Pues, es un Presidente privado de voluntad y de libre determinación, que actúa solo por instigación de sus masas, obligado por ellas, para no decepcionarlas, sin discernir siquiera lo legal o de lo ilegal. Parece igualmente privado de discernimiento, de conocimiento e inteligencia sobre los asuntos públicos, pues, como lo reconoció más de una vez, él desconoce e ignora absolutamente la forma como se materializaron los malos manejos de los fondos públicos, jamás vio a la corrupción desnuda y descarada que se paseó por pasillos presidenciales, frente a sus narices (pues, según dice, a la Zapata solo la conoció de cara, de “cara conocida”), desconoce el destino de los dineros desfalcados a los propios indígenas a los que dice representar. En fin, él no sabe nada. Y un Presidente que solo sabe que no sabe nada no nos gobierna en realidad, es una marioneta movida por hilos invisibles que urden oscuros personajes tras bambalinas.

Tal vez deberíamos repensar entonces la opción de instaurar una democracia calificada, haciendo eco del propio precepto que los vasallos tribunos del TCP invocaron para sustentar la reelección de su jefe, es decir, el Art. 23 de la CADH que establece que el ejercicio de los derechos políticos (incluido obviamente el ser presidenciable) puede estar legítimamente regulado por determinados aspectos, entre ellos el grado de instrucción. Y es que no podemos tener gente gobernando que no sepa nada de la cosa pública, y que sea presa fácil del engaño, el embuste y las mentiras de sus adláteres o cortesanos. Nuestro Presidente jamás representó los intereses de los indígenas. De ser así, les hubiera dado, antes que nada, la primera herramienta que necesitan para salir de la miseria, que es precisamente instrucción.