Opinión Bolivia

  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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OJO DE  VIDRIO

El Huracán de la lucha libre

El Huracán de la lucha libre
Grabé como 40 casetes de entrevistas al campeón mundial de lucha libre peso welter Huracán Ramírez, y con ese material transcrito hice una biografía del personaje, nacido Daniel García, esposo de la boliviana Euli Fernández, inventor de la Huracarrana y de otras llaves imposibles de imitar.

El Huracán me llevó a Tepito, a la famosa Casa Blanca, que inmortalizó Oscar Lewis en “Los Hijos de Sánchez”, y me dijo que allí tenía unas bicicletas de alquiler su hermano Raúl, un gigante también luchador, a diferencia de su hermano Daniel, que era de corta estatura. Raúl y otro hermano le prohibieron la lucha y sugirieron que se dedicara al box, como que Daniel debutó como boxeador, pero en secreto siguió practicando lucha en suelo de cemento, para endurecer el cuerpo, y luego fue El Cuervo Blanco y más tarde Huracán Ramírez, cuando se convirtió en una leyenda. Él y Santo, El Enmascarado de Plata, se querían mucho y fueron compadres porque Karlita, la hija del Huracán, se casó con el nieto de El Santo, y tuvieron un niño que hoy debe ser dinamita pura con semejantes herencias. Esto porque en el panteón mexicano está la Virgen de Guadalupe, El Santo, el Huracán y Blue Demon. No hay mexicano que no invoque a estas cuatro maravillas populares.

El Huracán me enseñó en sus palabras que la lucha en México es sangrienta y que el público exige su cuota de sangre aunque sepa quién va a ganar. Me sugirió que la lucha libre permea toda la sociedad mexicana, al menos la popular, porque en mis tiempos había un Superbarrio, dirigente vecinal, luego diputado que apadrinó a Súper Humanidades, y luego está Fray Tormenta, un cura que dirige un orfanato propio y mantiene a los internos con lo que gana en el ring. Había que ver a Superbarrio y a Súper Humanidades en la Cámara de Diputados, vestidos con máscara, capa y pecho descubierto.

Fui a la Arena México a un homenaje que le hicieron al Huracán cuando cumplió 60 años y luchó como jovencito. Era un hombre fuerte, porque un día me alzó con una sola mano como garra en la solapa, y eso que yo tenía una inflación de tres dígitos, como hoy. En la Arena, la lucha era no solo en el ring, sino en las tribunas. De pronto se alzó una tormenta de golpes y patadas que nos pasó por encima, por puritito respeto al Huracán, cómo no. Allí conocí al Perro Aguayo, un titán enorme y muy educado, que pidió permiso para ir a chambear en el ring y ofreció concurrir a la fiesta de horas después, donde se portó como un consumado caballero.