Opinión Bolivia

  • Diario Digital | martes, 19 de marzo de 2024
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UN POCO DE SAL

Estafa de los poderes civiles y religiosos

Estafa de los poderes civiles y religiosos
Existe una corrupción generalizada en el Gobierno actual, como también la hubo en gobiernos anteriores, y en esferas eclesiales. Hay individuos que se enriquecen con el dinero de los pobres, a partir de las prerrogativas del poder.

Mientras tanto, el pueblo sigue en la escasez, sin poder levantar cabeza. Aun entre los afortunados con trabajo, mientras la empresa crece y crece, el obrero y la obrera que ha sustentado este crecimiento desde su juventud se jubilarán con el sueldo mínimo, apenas para sobrevivir.

Persiste hoy la estafa de los poderes civiles y religiosos a la gente. Hace 2.000 mil años, Jesús de Nazaret abrió una esperanza con su actitud y mensaje, lo que le costó la vida a sus 30 años. Y por más que los primeros seguidores lo sintieron tan vivo, pronto se lo volvió a enterrar, convirtiendo sus cambios sociales, políticos y religiosos en música celestial, a base de dogmas y devociones, para que algunos sigan gozando de los privilegios de un sistema dañado en su raíz.

Los preferidos y primeros destinatarios del mensaje del Nazareno fueron los pobres, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, los no violentos, los que sienten compasión por los que sufren, los de corazón limpio, los que trabajan por la paz y los perseguidos por causa del bien y la justicia.

Y a todos aquellos pobres que lo escuchaban en la montaña de Galilea les dio una misión, a pesar de toda su pobreza: “Ustedes son la sal de la tierra, no permitan que se pierda su sabor, pues entonces serán pisoteados por la gente, y ustedes son luz para el mundo, no la oculten de ningún modo”. La aceptación sincera de su mensaje hoy nos impediría caer en las tentaciones del afán de enriquecimiento fácil, de la fama y del poder —tentaciones ya alertadas por el mismo Jesús—, y así podríamos ser un poco de sal y de luz.

El próximo 10 de diciembre es un aniversario más de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en donde se expresa, en lenguaje moderno, aquello que ya el Nazareno predicó, que “todos somos iguales en dignidad y derechos”. Los estados que firmaron esta declaración no la cumplen, los gobiernos esquivan asumirla como prioridad; y lo que resulta increíble es que el Estado Vaticano aún no la haya firmado desde 1948 hasta hoy.