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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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CIUDAD SUSTENTABLE

Derecho a ver un árbol

Derecho a ver un árbol
“Cada persona debería tener derecho a ver un árbol desde su casa”, sentencia Richard Rogers, arquitecto británico nacido en Florencia, Italia, en una entrevista hecha en el Festival de Segovia de este año. Rogers actualmente es considerado como “una vaca sagrada de la arquitectura”. Fue ganador en 2007 del prestigioso premio Pritzer (una suerte de Nobel de la arquitectura).

La frase genera esta reflexión in extremis, cuando la contaminación ambiental en la gran mayoría de las ciudades del mundo es una agobiante realidad. Guardando las distancias de escala entre cualquier megalópolis entendida como “áreas urbanas de gran tamaño y con cantidades poblacionales muy importantes” y una ciudad del tamaño de Cochabamba, se constata que la contaminación ambiental urbana es una constante, sin reparar demasiado en la magnitud del asentamiento.

No obstante, no “ver un árbol” desde nuestras casas en Cochabamba parece ser un extremo del cual nos libramos todavía. Sin embargo, agudizando la observación en algunas zonas de nuestra ciudad, especialmente donde acontece la construcción en altura, no vemos árboles. Están apareciendo lugares donde desde una ventana se ve otra ventana, lugares a los que se les ha privado de las vistas exteriores o panorámicas, lugares donde no llega más la luz del sol, lugares donde se priva del “derecho de ver un árbol”. Se afirma que tan solo ver el color verde de la vegetación y mejor aún si se puede las flores (al margen de la importancia de la fotosíntesis) alarga la vida de las personas. Según Rogers, la clave está en los espacios públicos, es decir “en la relación entre edificios y los espacios públicos”. La trama urbana debe progresar junto a la creación y conservación de espacios públicos, para permitir el “encuentro sosegado entre las personas” en plazas y parques, en donde, además, se puedan plantar árboles.

Obviamente, esta postura es contraria a la lógica de la economía de mercado, en este caso del negocio inmobiliario, que no tiene reparos en levantar edificaciones donde sea y como sea, con tal de maximizar la renta del suelo. El otro precio a pagar a largo plazo será la salud de las personas que, embelesadas por el “canto de sirenas” de la modernidad, de vivir en departamentos, en zonas disque residenciales, experimentarán la degradación de sus condiciones físicas y psicológicas de salud, lamentablemente elegidas y no comprendidas a tiempo.