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  • Diario Digital | sábado, 20 de abril de 2024
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MIS CIRCUNSTANCIAS

Recordando a nuestros difuntos

Recordando a nuestros difuntos
La muerte siempre está cerca de la vida. Por eso, desde que nacemos hasta que morimos, vivimos una experiencia milagrosa, inigualable e indivisible, que debemos disfrutar y agradecer.

En el Día de los Difuntos, recordamos a padres, hermanos, tíos, primos y amigos que se adelantaron en el camino inexorable, y a los que tenemos siempre presentes en la memoria.

Aparte de la de queridos familiares y amigos, hubo muertes que me conmovieron en la niñez y adolescencia, como las de John F. Kennedy, Che Guevara y René Barrientos.

Adulto, una partida memorable fue la de José Casto Méndez, que falleció a los 47 años de un infarto pulmonar en el Insdeportes. Fue el día lunes 13 de junio de 1988 por la mañana. El hecho impactó a toda la ciudadanía, tanto así que el fallecido fue velado tres días en diferentes lugares, como el colegio La Salle, el coliseo de la Costanera y la Prefectura.

El sepelio, muy concurrido, recorrió a pie y con banda de guerra, como a él le gustaba, todo el trayecto hasta el Cementerio General, donde nunca le faltan flores de exalumnos, padres de familia y amigos de la vida.

Tanto me impresionó su muerte, que por mucho tiempo soñaba que pedíamos permiso a Dios para que siga trabajando por el deporte en el día y retorne a su morada en la noche. Sentíamos su presencia en los pasillos de la Casa del Deporte, hoy casi en ruinas.

Todavía recuerdo que, a nombre de la comunidad lasallista, bajo el pretexto de no tener relación alguna con su familia consanguínea, alguien se quedó con sus ahorros bancarios, prometiendo construir a su nombre un campo deportivo que nunca se hizo.

Otra muerte que estremeció Cochabamba fue la del Dr. Edgar Montaño Rivera, en pleno ejercicio del cargo de alcalde. Perdimos todos con su repentina ausencia.

En solo siete meses de gestión, demostró ser el único que podía emular el dinamismo de Manfred Reyes Villa. Nos hubiéramos salvado de aventureros, en más de una década perdida.

La solidaridad y congoja se hacen presentes cuando los que se adelantan, en el trayecto que todos seguiremos, trascendieron más allá de sus vidas, dejando huellas imborrables en sus seres queridos y la comunidad, como es el caso reciente de Carlos Dalence Loayza, que ya está en la Casa del Padre, junto a otras almas apreciadas e inolvidables.