Opinión Bolivia

  • Diario Digital | viernes, 29 de marzo de 2024
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MIRADAS ANTROPOLÓGICAS

La comunidad y la muerte

La comunidad y la muerte
La muerte es un misterio aliviado por el mito, la magia y la religión. La antropóloga y artista plástica potosina Juliane Müller Seborga reflexiona sobre la misma, durante la celebración de Todos Santos.

Entender la muerte nos remite a la dimensión ontológica del ser humano, a las diferentes nociones y formas culturales de enfrentarse con la misma. Todos Santos y Día de Difuntos, como fechas instituidas por la Iglesia católica, llegan al Nuevo Mundo con un bagaje histórico enmarañado que se remonta a los antiguos celtas, quienes creían que el velo que separa el mundo terrenal del espiritual se desvanecía una vez al año. La fecha no es casual, si bien en Europa marca el paso a la estación seca, en nuestro sur americano, es la bienvenida a las lluvias.

De la misma forma, existen referencias historiográficas de la importancia que daban los incas a los ritos mortuorios vinculados con el ciclo climatológico y la agricultura. En el mundo andino, el cuerpo y el alma son indivisibles, por lo que era común, hasta entrada la Colonia, que los descendientes de los pueblos precolombinos desenterraran los cadáveres para darles comida y bebida, lo cual contrastaba con los rituales católicos centrados en las oraciones (responsorios).

Estos dos rituales, aparentemente opuestos, con el tiempo llegan a acercarse hasta constituir el armado del altar, mesa, tumba o mast’aku y, por lo tanto, arrastran consigo, las creencias andina y cristiana sobre la muerte.

Actualmente, el desenterramiento es más simbólico, ejemplificado en la t’antawawa como el cuerpo material que se presta al difunto en su visita. Al igual que otros símbolos y acciones, más acordes a los mitos prehispánicos, se deja en claro principios como la reciprocidad, la complementariedad y la vincularidad, más visibles en el tercer día añadido, dedicado a la despedida del alma o Alma Kacharpaya.

No obstante, la imposición del catolicismo también ha consolidado símbolos muy poderosos, como el Cristo crucificado en la cabecera del altar, la Virgen y los ángeles, las velas, las oraciones y la promesa de vida eterna, representada en la misma t’antawawa (pan de eucaristía) que se convierte en un símbolo plurivalente. Por lo tanto, la celebración de Todos Santos en Bolivia tiene raíces profundas que nos dan cuenta de un proceso de sincretismo en su acepción más compleja. No se trata, pues, de una mezcla o una hibridación, ni de un barniz católico sobre tradiciones indígenas, sino de una yuxtaposición de significados que adquieren relevancia a través de símbolos distintivos y compartidos. La tradición sustenta su transmisión en su complejidad y consolidación colectiva, pero, como vemos, los ritos mortuorios también sufren cambios paulatinos de creación y apropiación de elementos, que se convierten en parte de la identidad.

Más allá de sus aspectos formales, como los diferentes armados de la mesa, objetos y comidas propias, que tienen explicaciones regionales, étnicas y económicas; la importancia de la fecha radica en la conjugación de dos concepciones que se concentran en la continuidad de la vida y de la memoria, de recordar a los ancestros trayendo el pasado al presente, en una idea de comunidad que transgrede incluso a la misma muerte.