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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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Gloriosamente mestizos

Gloriosamente mestizos
En 1514 se produjo un hecho muy desconocido que, sin embargo, estaba destinado a cambiar la historia de buena parte de la humanidad. Ese año Fernando de Aragón, viudo de Isabel de Castilla, rey de España y de las Indias, promulgó una ley que legalizaba los matrimonios interraciales.

Sus motivos para hacerlo eran de índole religiosa. Muy pocas mujeres emprendían la aventura americana y, por tanto, los hombres que viajaban al nuevo continente acababan emparejándose con nativas. Y lo hacían no solo de modo esporádico sino que, en no pocas ocasiones, acababan amancebándose con ellas, algo que, según la moral de la época, ponía sus almas en pecado mortal. Precisamente por eso, para salvarlos de las llamas del infierno, el Rey autorizó los matrimonios mixtos.

A partir de ese momento empezó a tener lugar, en todos los territorios de la más tarde llamada América hispana, una mezcla étnica absolutamente desconocida en otras culturas. Eran tantos los matrimonios interraciales que el historiador británico Hugh Thomas calcula que, a mediados del siglo XVI, nada menos que el 50 por ciento de los colonos de La Española estaba formalmente casado con mujeres indígenas. En lugares como Cuba, por ejemplo, y tal como atestiguan cuadros y documentos de la época, eran tantas las familias mestizas, algunas de ellas bastante acomodadas, que llenaban de estupor a visitantes franceses, holandeses y, por supuesto, ingleses. Qué asombrosa situación, decían, pues en sus respectivas colonias no solo estaban penados los matrimonios mixtos sino que incluso se castigaban las relaciones sexuales con personas de otras etnias, en especial la negra.

Han pasado más de cinco siglos desde que entró en vigor aquella pionera legislación del Rey católico y de la que tan poco se habla, pero es sin duda la verdadera responsable de que hoy la palabra "mestizaje" sea una de las más bellas y tolerantes de nuestro diccionario. Curiosamente no sucede así en otros idiomas, en los que la misma palabra, tomada del español y transformada en "metiso", "mesti", "mestee" o "meteque", tiene, en todos los casos, connotaciones peyorativas. Y lo mismo ocurre con otros vocablos afines como "halfcast" en inglés o "quarteron", versión francesa de la española "cuarterón".

Las palabras nunca son inocentes y es interesante señalar cómo idéntico término dicho en inglés o en español puede significar cosas muy distintas. Tomemos como ejemplo la palabra "crisol". Una de sus acepciones en español sirve para designar "un lugar en el que se produce la integración de diversas etnias y culturas". En inglés, en cambio, y como bien dejó patente Arthur Miller al titular "The Crucible" una de sus obras de teatro más famosas (Las brujas de Salem), el mismo término significa "prueba difícil" o "contenedor pequeño en el que se producen violentas reacciones".

Pero volvamos al posiblemente no intencionado regalo del rey Fernando para resaltar que su política de matrimonios interraciales ha permitido que en los países de lengua hispana se produzca una constante mezcla de razas, un bendito entrevero, único antídoto que se conoce contra el racismo y la xenofobia. Erradicar ambos del todo es imposible. Está en la naturaleza humana desconfiar del diverso, pero es evidente que los países que prohibieron los matrimonios interraciales arrastran aún su lacra. En algunos, como Estados Unidos, no se despenalizarían hasta bien entrado el siglo XX, ¡nada menos que en 1967!