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  • Diario Digital | martes, 19 de marzo de 2024
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UN POCO DE SAL

¿Dónde está Dios?

¿Dónde está Dios?
Ante tanto horror en la naturaleza, terrorismo, desigualdades, injusticias, corrupción, acumulación de unos y como consecuencia más hambre en el mundo, ¿dónde está Dios? Años anteriores, ya se habían preguntado creyentes y teólogos: ¿Dónde estaba Dios en el holocausto? y ¿Dónde en el “Silencio” (la película y novela que narra la persecución, tortura y muerte de cristianos en el antiguo Japón ante el silencio de Dios)? Pero hoy quizás ya no nos interesa la pregunta, hemos preferido muchas veces olvidarnos de Dios, ya que se siguen dando tantas y tantas aberraciones contra el ser humano y la naturaleza.

Yo creo que hay que ser ateo del dios que nos habían enseñado. Nos habían hecho creer en un Dios mágico, que con hacerle una plegaria haría llover o nos protegería de cualquier mal. Un dios impasible que, desde su palco, contempla el sufrimiento humano, como cuando Jesús era torturado y muerto por defender a la mujer, al pobre, al enfermo y al oprimido. Un dios que lo único que ha creado ha sido el ateísmo en millones de seres humanos, más humanos que ese dios.

Realmente se necesita mucha fe para captar a un Dios en medio del horror, del sufrimiento, de la injusticia. Pero el Dios que nos enseñó Jesús es un Dios que principalmente está escondido en los que sufren, en los pobres, en los que lloran, en los limpios de corazón, en los que luchan por la justicia, por la paz y la alegría, como nos enseñaba en su sermón del monte.

Y así quizás de estos horrores y de estas injusticias saldríamos con la fuerza de la esperanza transformadora y la solidaridad para superar el sufrimiento, la injusticia, la pobreza y la opresión, y descubrirlo en nosotros mismos, en el otro, y también en el placer, en la belleza, en el amor, en la vida y en la muerte, en la solidaridad y en el servicio con amor. Un Dios de tal manera humanizado que, si bien es distinto a nosotros, no es distante. Presente tanto en el universo infinito como en la más pequeña célula de nuestro ser.

El Dios del Antiguo Testamento era el Dios con nosotros, pero el de Jesús es el Dios en nosotros. No es Él la causa del dolor ni el que lo permite, sino es Él que sufre con el que sufre y goza con el que goza, y nos hace ser capaces de ser más libres y, por ello, más humanos.