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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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MIRADAS ANTROPOLÓGICAS

Relatos de mi tierra

Relatos de mi tierra
Propongo recordar a nuestra Llajta querida, como lo hizo en 1965 el periodista, músico, narrador y tradicionalista y que fue alcalde de Cochabamba, Armando Montenegro, quien nació en 1901. Para algunos, este relato, podría ser ficción.

“El trencito partía hacia su destino desde el amplio galpón de la Empresa de Luz y Fuerza y cual diligente oruga, corría por la margen izquierda del río Rocha hasta alcanzar la planicie de Jaihuaycu. Luego ganaba Uspa-Uspa, cruzaba la garganta de Pucara y se detenía en la Angostura, venciendo el primer tramo de la jornada. A la estación de la Angostura, industriosas mujeres de la campiña, vendían sobre hojas de repollos, sabrosos bistecitos mañaneros, huevos fritos y chorizos y hasta una suculenta lawa de choclo servida en platos de barro, mientras que otras, ofrecían chicha en colosales tutumas.

(…) El viaje había terminado. Entonces, el gordo Sanjinés, los maquinistas, los palanqueros y demás engranaje humano del convoy, habrían de pasar la noche allí, para volver a la lejana Cochabamba (…) Ya en Cochabamba, el Hospital Viedma parecía estar a una distancia infinita del centro de Cala Cala. Quillacollo, Sacaba y la Angostura, eran lugares que había que llegar en largas horas de alegre cabalgata (…) Unos coches de plaza tirados por caballos somnolientos esperaban a los que quisieran gastarse cincuenta centavos en pocas cuadras, del más sacudido viaje (…) Cochabamba era la simpática aldea, sin automóviles, bicicletas, sin luz eléctrica ni alcantarillado, sin pavimento y con mercados de venta típica, donde con cinco centavos se compraba verduras, carne y papa en una llamada compra de “cuartillos”.

Los confines de la aldea no llegaban al río; sus orillas estaban a mucha distancia de sus calles; y eran más pintorescos bañados y sedosos arenales llenos de pardas aguas del Rocha cada vez que éste los inundaba tronando sordamente, con el caudal de su violento y pasajero turbión” (…)

Hacer un relato, es traer a la conciencia los recuerdos. Leer los relatos, es saborear los recuerdos. El recuerdo se sitúa en el terreno de la vivencia retomada del pasado hacia el presente, con el fin de forjar la identidad, es decir, se debe dejar testimonio de nuestra historia, lo más objetiva posible. Si no recordamos, entonces la memoria se ubica en el terreno del no ser. En este paso, los hechos se nulifican en la mente. Uno de los símbolos del olvido es la frase del “nunca más”, lugar de la muerte simbólica y desoladora propuesta por Allan Poe. Lugar de negación del ser humano.

El antropólogo Augé estudió el hábito social de lo que se quiere recordar y con ello dar cabida al olvido. El olvido, dice, “es necesario para la sociedad y para el individuo”. “Hay que saber olvidar para saborear el gusto del presente: hay que olvidar el pasado reciente para recobrar el pasado remoto”. ¿Se aplica a la vida cotidiana el reto de vivir con memoria selectiva, reinterpretando la historia cíclicamente, con el objetivo de reencauzar las actitudes?

El relato de Montenegro nos recuerda una llajtita de antaño. Miramos ahora y encontramos una ciudad con llajtamasis discrepantes. El golpe es fuerte, y ni aún así, obramos para lograr mejores días. ¡Oh Cochabamba querida, con tu mágico encanto!