Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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DESDE AFUERA

La impotencia aprendida

La impotencia aprendida
La desaparición de Santiago Maldonado trajo a la superficie argentina una de las páginas más siniestras de su historia. Dos días después de que la Plaza de Mayo concentrara los reclamos de todo el país y el exterior, dos días después de que nuevas generaciones gritaran por primera vez “aparición con vida”, los resultados electorales llenan esa página siniestra con algunos otros renglones: ¿A quién le importa que un ciudadano cualquiera sea secuestrado por fuerzas de seguridad y descartado, vivo o muerto, y escondido o sepultado o secuestrado o torturado? ¿Vuelve esta sociedad ambigua, pretenciosa y desinformada, esta sociedad que se talló blanca y superior a sus vecinos, a creer que algo habrá hecho esa persona, o en realidad, a la luz de los hechos concretos, se trata de una sociedad que cacarea una moral que no tiene, y que a la que la única vida que le importa es la propia, aun creyendo, equivocada, que los descartados serán siempre los otros?

¿Por qué flota nuevamente en el aire ese consentimiento que creímos superado porque nos hace peores? En el pasado existió esa indiferencia, tiznada con el desentendimiento impiadoso de lo que estaba pasando en la calle, en la casa de al lado, en la otra cuadra, en el silencio que seguía y que podía equivaler a una batería de pesadillas. Ese consentimiento existe en todos los lugares donde el Estado se vuelve terrorista, y donde las fuerzas de seguridad, en lugar de proteger a la población, están al servicio a veces de ideologías y a veces de negocios de menudeo delictivo.

México es hoy y desde hace ya tiempo el país más violento de la región. El nuevo poder global se regodea intentando golpes y planeando invasiones a Venezuela, pero no es en Venezuela que se matan periodistas y líderes ambientalistas, donde los estudiantes pobres y los maestros, y las mujeres y los campesinos, son sistemáticamente atacados, y miles de veces asesinados y arrojados a fosas comunes de las que la sociedad mexicana ya tiene noticias. ¿Qué se hace con una noticia como esa? ¿Qué se hace cuando eso deja de ser noticia y es algo con lo que personas que dirían de sí mismas que son buenas u honorables, siguen sus vidas como si nada?

Hace tres años, ocurrió La noche de Iguala, en la que 43 estudiantes normalistas que se dirigían a un acto fueron interceptados por policías, paramilitares narcos y una patrulla del ejército. La acción conjunta fue aniquilarlos, todavía se ignora por qué. Todavía nadie fue hallado culpable. Todavía no se hallaron los restos. Lo que se halló fue un espanto salpicado en decenas de fosas comunes donde yacían los restos de gente que nadie reclamaba. A eso lleva el terror: a dejar de reclamar.

Los familiares de las víctimas de Ayotzinapa se agruparon inmediatamente y juntos comenzaron su peregrinación en busca primero de sus hijos, luego de sus cadáveres. No encontraron nada. Cuando las instancias del Estado mexicano ya habían dado muestras de ineficacia estructural para investigar el caso, y cuando el activismo de los familiares internacionalizaron la información sobre esa masacre, comenzó a actuar el GIEI (Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes), que llegó a Iguala a comenzar un trabajo de investigación, así como en otra etapa actuaron los argentinos del Equipo de Antropología Forense. Todavía nada pudo ser esclarecido. La desaparición forzada de personas se ha propagado en las últimas décadas en países como México o Colombia, donde la lucha contra el narcotráfico alineada a Estados Unidos ha dado por resultado más narco, más muertes y una inevitable corrupción institucional que hace que se fundan perseguidos y perseguidores en delitos aberrantes como el de Ayotzinapa (...)

Tomado de Página 12