Feminicidios
18 de agosto de 2017 (20:38 h.)
Triste domingo por varias razones. Dos de ellas aparecen en forma de encabezado en la parte media de un periódico local: “Militar acaba con la vida de su enamorada y dos familiares”. A lado, para no desentonar con la temática: “Hombre intenta ocultar feminicidio”. Uno inmediatamente se pregunta ¿Por qué un hombre mata con “unos cuantos piquetitos”, a golpes, a quemarropa, ahorcando, atropellando, envenenando a su novia, esposa, amante, pareja o expareja? Las respuestas aparecen inmediatamente en la crónica roja: la mató por celos, porque lo dejó, porque andaba con otro, porque ya no quería estar con él. Y todavía, para caricaturizar más la cosa, se pretende encajar los rasgos del feminicida dentro de un “perfil” destacando su extracción sociodemográfica (edad, escolaridad, ocupación, o desocupación, etc.) y aspectos de su conducta: bebía, se drogaba, era muy violento.
Pues no señores, los feminicidas no son monstruos enfermos de celos, marginales, alcohólicos, drogadictos que cometieron su crimen obnibulados por la pasión del momento. No. Las celopatías, la drogadicción, el alcoholismo son solo síntomas de una causa principal y estructural: el patriarcado. Para el feminismo los crímenes en contra de las mujeres por solo el hecho de serlo son expresión directa de la política sexual de una cultura que define la sexualidad como una forma de poder. Por tanto, el feminicidio no es un acto individual íntimamente privado, sino más bien es un acto inserto en un ámbito cultural cuyos códigos se construyen en condiciones de desigualdad y dominación entre hombres y mujeres, códigos atravesados de machismo, misoginia, tolerancia y normalización de la violencia contra las mujeres.
Para ejemplificar cómo el patriarcado atraviesa los feminicidios (en un sentido hipotético), tomo el caso de los dos militares que este año asesinaron a sus parejas y posteriormente se suicidaron, y lo hago porque considero que el militarismo es la expresión más grosera del patriarcado. Toda institución militar se erige sobre valores militares. Estos valores, aquí y en la Cochinchina, ensalzan el honor, el orgullo, la obediencia, la subordinación, la disciplina. Son instituciones férreamente jerarquizadas articuladas bajo el mandato de la autoridad impuesta las más de las veces a través de la violencia. La democracia en estos espacios no cuenta, es imposible disentir, interpelar, desobedecer y cualquier comportamiento anómalo es castigado. En este ámbito, y aquí me permito seguir elucubrando, ¿Cómo algunos militares reproducen estos códigos de conducta fuera del ámbito militar? y ¿qué lugar ocupa para ellos la mujer?
Infiero que fuera de la institución replican la estructura militar y sus dispositivos de poder aprendidos (propedéutica de la violencia) y asumen que la mujer es un inferior a quien deben exigir subordinación, obediencia y respeto. La desobediencia, la disidencia, la insumisión, y ¡horror! la traición de la mujer al varón que es la encarnación viva de la autoridad, la norma, la ley, son consideradas una afrenta, una anomalía que se debe corregir, castigar y escarmentar. No es cosa de chiste, se está jugando con el orden establecido, se juega con la autoridad, con el honor, con el orgullo. ¿Cómo es posible? es insoportable, es inconcebible. De allí las amenazas, las injurias, los golpes… el feminicidio. Explicación plausible que puede ampliarse para entender la acción autoritaria y violenta enmarcada en la misma lógica patriarcal y militarista de nuestros padres (terrenales y espirituales), de nuestros colegas, de nuestros camaradas, amigos, etc.
Pues no señores, los feminicidas no son monstruos enfermos de celos, marginales, alcohólicos, drogadictos que cometieron su crimen obnibulados por la pasión del momento. No. Las celopatías, la drogadicción, el alcoholismo son solo síntomas de una causa principal y estructural: el patriarcado. Para el feminismo los crímenes en contra de las mujeres por solo el hecho de serlo son expresión directa de la política sexual de una cultura que define la sexualidad como una forma de poder. Por tanto, el feminicidio no es un acto individual íntimamente privado, sino más bien es un acto inserto en un ámbito cultural cuyos códigos se construyen en condiciones de desigualdad y dominación entre hombres y mujeres, códigos atravesados de machismo, misoginia, tolerancia y normalización de la violencia contra las mujeres.
Para ejemplificar cómo el patriarcado atraviesa los feminicidios (en un sentido hipotético), tomo el caso de los dos militares que este año asesinaron a sus parejas y posteriormente se suicidaron, y lo hago porque considero que el militarismo es la expresión más grosera del patriarcado. Toda institución militar se erige sobre valores militares. Estos valores, aquí y en la Cochinchina, ensalzan el honor, el orgullo, la obediencia, la subordinación, la disciplina. Son instituciones férreamente jerarquizadas articuladas bajo el mandato de la autoridad impuesta las más de las veces a través de la violencia. La democracia en estos espacios no cuenta, es imposible disentir, interpelar, desobedecer y cualquier comportamiento anómalo es castigado. En este ámbito, y aquí me permito seguir elucubrando, ¿Cómo algunos militares reproducen estos códigos de conducta fuera del ámbito militar? y ¿qué lugar ocupa para ellos la mujer?
Infiero que fuera de la institución replican la estructura militar y sus dispositivos de poder aprendidos (propedéutica de la violencia) y asumen que la mujer es un inferior a quien deben exigir subordinación, obediencia y respeto. La desobediencia, la disidencia, la insumisión, y ¡horror! la traición de la mujer al varón que es la encarnación viva de la autoridad, la norma, la ley, son consideradas una afrenta, una anomalía que se debe corregir, castigar y escarmentar. No es cosa de chiste, se está jugando con el orden establecido, se juega con la autoridad, con el honor, con el orgullo. ¿Cómo es posible? es insoportable, es inconcebible. De allí las amenazas, las injurias, los golpes… el feminicidio. Explicación plausible que puede ampliarse para entender la acción autoritaria y violenta enmarcada en la misma lógica patriarcal y militarista de nuestros padres (terrenales y espirituales), de nuestros colegas, de nuestros camaradas, amigos, etc.