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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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UN POCO DE SAL

¿Por qué “Un poco de sal”?

¿Por qué “Un poco de sal”?
Hoy quiero hacer alusión al título de nuestra columna: “Un poco de sal”. No se trata, desde luego, de la sal de nuestras cocinas, sino del símbolo para dar buen sabor a la vida en general, incluida la fe y la política.

Así como la sal de cocina sigue teniendo uso en nuestras comidas, la de la fe y la de la política dejan mucho que desear. La sal de la política y de las religiones —y en concreto de los cristianos— se está quedando sin sabor, es decir, insípida. Y como ya nos dijo el Nazareno que acuñó este símbolo: “Si la sal se vuelve insípida, solo servirá para ser pisada por la gente”, lo que está pasando en casi todo el mundo.

La sal de la política, que evitaría que se corrompa —como está pasando en muchos lugares—, es tan importante como es el cuerpo y la mente, es decir, el espíritu. Política sin sal es política sin ética, sin principios. Se deja así un vacío profundo que se llena con un pragmatismo angurriento de dinero y de poder.

El espíritu no es propiedad exclusiva de las religiones, sino del convencimiento por la honradez, la veracidad, la justicia y el bien, el amor a la naturaleza, el gozo de la belleza y el arte; la preferencia por los menos favorecidos de la sociedad…

En cuanto a la fe, el papa Francisco está intentando devolver ese sabor a la Iglesia, pero sus dificultades son casi insuperables, pues no tiene el apoyo necesario de la jerarquía ni del clero, ya que la mayoría pertenece a la Iglesia de Juan Pablo II, que con su pontificado de 27 años detuvo los cambios que se habían iniciado con un concilio renovador, el Vaticano II. Con ello, la Iglesia ha perdido el tren de la historia. Se ha perdido el espíritu de Jesús de Nazaret, para encasillar a los católicos en cultos, leyes y castigos eternos, con sus dogmas fosilizados por el tiempo y las aguas.

De ahí el desafío y la responsabilidad de personas cristianas y de otras religiones, y de los políticos —si todavía los hay con deseos de servir a su pueblo—, para ser sal para un mundo mejor. Para ello, unos tendríamos que recuperar el espíritu de Jesús de Nazaret; otros, el espíritu vivo de sus religiones; y todos, la experiencia personal del misterio infinito de la vida y la persona humana, experiencia que nos lleva a actuar de manera efectiva con ética.