Opinión Bolivia

  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
  • Actualizado 13:26

ABAJO Y A LA IZQUIERDA

De buen corazón

De buen corazón
Hace años que no escuchaba a alguien referirse de otro como una persona de buen corazón —quizás es que no voy seguido a misa, pensé—. Esas palabras suelen revestir las ceremonias religiosas e ilustrar textos dedicados a una caridad que no pocas veces disfraza la autocomplacencia.

Pero sé que cuando Javier lo dijo, refiriéndose a un amigo, no lo hacía en esos términos, sino que emergían como eco de la memoria y traían lugares, personas y circunstancias que todos juzgaríamos nada extraordinarias, sino todo lo contrario. Por eso, los gestos de las personas de buen corazón suelen aparecer en medio de lo cotidiano, aparentando ser algo natural o hasta ordinario. Pero, si desnaturalizamos la mirada, desarrollaremos la sensibilidad para apreciarlos y nos sorprenderemos cada día. En resumen, para valorar una persona de buen corazón, hay que transformarnos en una.

¿Cómo hacerlo? Necesitamos dejar de encumbrar falsos valores. Hoy en día hemos trastocado los mismos a tal punto que apreciamos más a las personas por sus posesiones materiales, sus títulos o el capital social que su amistad nos pueda redituar, más que por su bondad, nobleza u honestidad que, al final, podrían contribuir a hacernos una mejor versión de nosotros mismos.

Intento explicarme cómo hemos pasado del tiempo en el que la palabra y el honor tenían más valor que la vida a un tiempo en el que esta no vale nada. Quizás la modernidad tiene la culpa con todo eso del ensalzamiento de la razón y la verdad, que nos ha hecho cada vez más temerosos, y pretendemos desterrar la incertidumbre a través de la ciencia —que hemos consagrado omnipotente—. Aplacamos el vacío existencial con hedonismo y acumulación, evitamos la decepción renunciando a la inocencia y refugiándonos en la fría coartada del cinismo. ¿Cómo se puede vivir así? Sencillamente, creo que no se puede.

Por ello, tampoco debería asombrarnos contemplar el muladar de violencia y miseria humana a la que nuestro tan selecto sistema de valores nos arroja. Nuestra sociedad y este mundo reclaman personas de buen corazón, y no autoridades o ciudadanos que se creen benevolentes tan solo por cumplir a desgano con cualquier obligación. Más allá del deber está la virtud que anhelamos, y ojalá nos conduzca a aspirar tan solo a ser recordados por alguien como personas de buen de corazón.