Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 25 de abril de 2024
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COLECTIVO TELARTES

(De)posición pública

(De)posición pública
Mi primera (y única) vez como funcionaria en una institución pública me presenté a trabajar muy emocionada a las ocho y media en punto. Lo primero que recibí al sentarme en mi escritorio fue un rollo de papel higiénico. Debí haberlo tomado como una señal de que algo olía mal allí adentro.

Ingenuamente, pensaba (que ahora sí) podría hacer gestión cultural, proyectos, propuestas y coordinación de cientos de actividades y políticas de fomento para el sector cultural y para la sociedad boliviana.

Poco a poco entendí cómo funcionaban las cosas: lo primero era no cuestionar al inmediato superior. Segundo, el desempeño laboral se mide por la cantidad de horas extra (no pagadas) que hagas cada noche. Y tercero, si te animas a proponer algo nuevo debes esperar las más desagradables y despectivas críticas y burlas de los más expertos “funcionarios” que se saben de memoria la norma —y están listos para romperla en su propio beneficio. En fin, o te unes a la rosca o te aíslas con los arrinconados.

Seis meses después de aquel día, me sentía como un meme de expectativa y realidad, totalmente defraudada y sola. Conocer desde adentro la burocracia y la mediocridad en Bolivia no es una experiencia agradable.

No tengo nada en contra de la función pública comprometida e innovadora. Admiro y valoro mucho a esas personas que siguen creyendo y actuando con honestidad en medio de tanta corrupción, favoritismo político, oportunismo, y un largo etcétera de obstáculos. Respeto a aquellos que por sus hijos, familias o enfermedades agachan la cabeza y se aguantan la bronca, cuando son maltratados e insultados por la ignorancia de un superior: la necesidad tiene cara de hereje.

Pero me dan asco los de la cúpula, ese grupito de “lame botas” que obedecen sin cuestionar y cobran sin descuentos. Antes de ser funcionaria, he visto a varios colegas y amigos en la misma situación, con mucho optimismo al principio y luego en modo automático, haciendo informes y buscando asesoría para no meter la pata, o a la defensiva, para que no "les hagan pisar el palito". Les he reclamado muchas veces, sin pensarlo, sin ponerme en su lugar; ahora que lo he vivido en carne propia, les pido disculpas.

Ya no soy funcionaria, no tendré vacaciones pagadas y feriados sin trabajar, pero no me siento sola. Soy parte de un inmenso colectivo de trabajadores independientes de la cultura, soy parte de los que piensan con esperanza y trabajan colectivamente. Soy parte de una generación nueva, solidaria y vital.

El papel higiénico lo dejé allí donde continúa el mal olor.