Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 25 de abril de 2024
  • Actualizado 00:06

RADICAL LIBRE

Tejidos andinos

Tejidos andinos
Aquello que en el mundo de la modernidad se conoce como arte ha sido tradicionalmente resistente a incluir y dialogar con lenguajes y mundos estéticos de los pueblos indígenas. Cualquiera de sus productos estéticos atraviesa campos que en la vida moderna tienen fronteras duras y, por consiguiente, desestabilizan las miradas, los oídos y los cuerpos de la experiencia urbana occidental. Sin embargo, cada vez más y desde ambos extremos, se comunican, traducen y asombran los productos estéticos de todos los pueblos, tanto indígenas como modernos, tanto urbanos como campesinos. Más allá, esa relación ya ha tenido resultados combinados que, en sus mejores expresiones, podríamos calificarlas como profundamente interculturales.

Complementariamente, podemos afirmar que las identidades bolivianas comparten también un campo de batalla en el territorio de las artes. La nación no es solo una batalla política, étnica, económica, social, etc. La nación es, también, algunos dirían sobre todo, una batalla estética. Porque no solo peleamos por un país justo y con igualdad de oportunidades, peleamos, cómo no, por un país hermoso. No solo por un país en el que todos tengan trabajo, confianza en el vecino y mínimas certezas de futuro. Sino, sobre todo, por un país en el que podamos ser bellamente felices. Por consiguiente, hay identidades estéticas diferentes que disputan un lugar en ese inmenso territorio simbólico que es el mundo de las artes. Una de esas identidades —compuesta a su vez por una enorme diversidad de expresiones— es la estética indígena andina.

A fines de 2008, vi cómo en el Palacio de Gobierno el Presidente entregaba un tractor a la comunidad cochabambina de Japo, cuyo urkho había ganado el primer premio en el 1° concurso nacional de ponchos y tejidos. Ese momento viví una paradoja. Una íntima enorme entrañable alegría por esta muestra de respeto y abrazo a lo mejor de nosotros mismos. Y al mismo tiempo, una gran vergüenza por la improvisación, la precariedad, el contraste porque ese concurso no formaba parte de una política cultural que le dé fundamento y sostenibilidad, ni estaba integrado a una propuesta de descolonización que le dé peso político estratégico. Pero esta vergüenza no logró esquilmarme el orgullo. Ahí estaban, erguidos en toda su belleza, el urkho y 187 otros tejidos. Ahí estaba este país que no solo ni fundamentalmente es tumba de tiranos. Ahí estaba lo mejor del mundo indígena andino: esa hermosa cuna de libertades.