Opinión Bolivia

  • Diario Digital | sábado, 20 de abril de 2024
  • Actualizado 00:00

Lula da Silva

Lula da Silva
La sentencia dictada por el joven y brillante Dr. Moro arrancó lágrimas al encauzado y expresidente Luiz Inácio Lula da Silva. No era para menos, puesto que la pena impuesta de nueve años y seis meses de prisión no haría sonreír a nadie, y menos aún a quien fue el máximo líder de los trabajadores del Brasil, un denodado luchador sindical, opositor inclaudicable contra la dictadura militar, Presidente de la República Federativa, en cuyas dos gestiones se enfrentaron cambios espectaculares en lo social y económico, al extremo de llevar a su país a la cúspide de potencialidad mundial, reduciendo la pobreza de amplios sectores bajo los lemas “Hambre cero” y “Bolsa familia”, y asegurando una inclusión social antes no vista.

En el cumplimiento constitucional de sus mandatos, su popularidad fue cercana al 80 por ciento , algo inédito en toda Latinoamérica. El calendario marcaba el último día de diciembre de 2010. Seis años más tarde, vino la hecatombe y se desató la caja de Pandora, de la cual emergía una compleja red de corrupción que el ingenio periodístico llamó Lava Jato. Pero, a más de ello, siguieron surgiendo como por arte de magia más hechos, como el caso de la constructora OAS, en el cual Lula percibió nada más ni nada menos que un millón de dólares. Esto fue motivo de la sentencia del juez antes nombrado. No obstante, tal fallo judicial admite la posibilidad de una apelación y, consecuentemente, como lo establecen las leyes de ese país, el imputado gozará de libertad esperando un fallo superior y definitivo. Esa es la punta de un iceberg, ya que se hallan en investigación y consiguientes procesos al menos otras cinco denuncias por delitos de corrupción, lavado de dinero, negociados en Petrobras y el bullado caso Odebrecht.

A pocas horas de dictada la sentencia y enjuagadas las lágrimas, en un acto que algunos han calificado de coraje y otros de provocación, el expresidente anunció su candidatura para las próximas elecciones que se realizarán en 2018, con el argumento de que solo el pueblo brasileño puede decretar su fin y no un fallo judicial. Esta actitud echa por tierra cualquier posibilidad de considerarlo como un candidato demócrata y éticamente calificado. Al contrario, lo sitúa dentro los cánones de un populismo que, como todos, desembocará ineluctablemente en una dictadura. La democracia es un estilo de vida que supone fundamentalmente legitimidad y legalidad, pero además respeto a la institucionalidad y sometimiento a las vigentes estructuras del poder soberano, que en la práctica ha demostrado tener una justicia independiente y creíble. Si acaso en apelación se ratifica sentencia y, consiguientemente, la pena impuesta, no habría otro camino que descalificar la candidatura o anular las elecciones si estas se llevaron a cabo, en cuyo caso se transferiría al culpable del Palacio de Planalto a una cárcel. De ahí, el diluvio se halla al alcance de la mano, en forma quizás semejante al que se vive en otros alrededores. Nadie desea que eso ocurra en la entrañable tierra brasileña, una verdadera potencia en múltiples aspectos y un liderazgo indiscutible en nuestra América.